Diego Carcedo-El Correo

  • Los verdaderos ganadores son los que han logrado mantenerse en los cargos gracias a las mentiras y a la venta fraudulenta de los intereses colectivos

Todo fue bochornoso en el primer debate del Congreso de la pasada semana. Estaba pronosticado que la legislatura iba a ofrecernos muchas situaciones similares, pero la verdad es que no esperábamos que comenzasen tan pronto. Nada de cuanto sucedió a lo largo del día salva la dignidad de los protagonistas, ni de las instituciones que representan ni de los españoles que asisten deprimidos ante la degradación imparable de la actividad pública.

Nada se salvó, ni en el debate público ni en los tejemanejes secretos que una vez más confirmaron la preocupación que crea comprobar que los españoles hemos caído en manos de políticos cuyas ideas y objetivos pretenden lo peor para España, empezando por descuartizarla y denigrarla. Fueron muchos los momentos humillantes que hubo que soportar ante la condescendencia del poder alquilado a los enemigos, sí, enemigos.

Uno de los más hirientes momentos para los ciudadanos que vivieron de cerca el triste espectáculo fue cuando, eufórico por el éxito de la traición, uno de los miembros más exaltados del Gobierno, gritó bien alto, para que todos nos enterásemos: «¡Hemos ganado!», tal y como si se tratase de una competición deportiva amañada y con el árbitro sobornado. «Hemos ganado», ¿quiénes, los contribuyentes que pagamos la compra del poder?

Cuesta creerlo. Los verdaderos ganadores son los que han logrado mantenerse en los cargos gracias a las mentiras y a la venta fraudulenta de los intereses colectivos a unos especuladores cuya confianza está devaluada por su pasado borrascoso, apodado como el ‘del 3%’, lastrados no por sus ideas, que son libres, sino por sus métodos de corrupción, por la condena de sus líderes y la prueba del cambio del nombre del partido para distraer del mal recuerdo.

Los resultados de las votaciones con que concluyó la penosa jornada parlamentaria pasan en medio del escándalo, que tanta depresión colectiva ha causado, no es lo más importante. El contenido de algunos decretos aprobados podrá ser desautorizado por la Justicia, rechazado desde los organismos de la Unión Europea o invalidados por el próximo Gobierno que más pronto que tarde sucederá al de Pedro Sánchez.

Lo anticipó entre lamentos un alto cargo más realista, incapaz de compartir la euforia de los compañeros cuando celebraban tan polémica victoria: «Gobernar así va a ser imposible». Con un presidente derrotado en las elecciones, que ha cambiado la seriedad de su partido por la mentira, desdeña la estabilidad que proporciona la Monarquía, intenta desposeer a los jueces de sus funciones, premia tanto a los nostálgicos del terrorismo como a los xenófobos y se somete a un golpista, ningún Gobierno, tanto de izquierdas como de derechas, puede durar.