Luis Ventoso-El Debate
  • Con los hechos que hay ya sobre la mesa resulta elemental deducir quién dio la orden de filtrar los datos confidenciales de la pareja de Ayuso

Agatha Christie puso a andar en 1920 al belga Hércules Poirot, su particular Sherlock Holmes. Pasado el tiempo se convertiría en uno de los detectives más famosos y eficaces de la historia. Poirot había nacido en una familia católica humilde, vecina de una aldea asentada en una colina de las afueras de Spa. Tras servir con gran éxito en la Policía de su país, llega a Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial y se convierte en un detective privado de fama europea.

El políglota y atildadísimo Poirot presentaba un aspecto peculiar, un tanto petulante. Su cabeza tenía forma de huevo y su rostro estaba marcado por un lustroso y cuidado bigotón, que desplegaba bajo una nariz rosácea. Era amigo del dandismo y teñía con coquetería su menguante cabello. Albergaba un altísimo concepto de sí mismo, que lo llevaba a hablar a veces en tercera persona. Vestía con primor y «una mota de polvo en su atuendo le dolía más que la herida de una bala».

Como investigador, Poirot animaba a sus interrogados a explayarse, convencido de que «a largo plazo todo el mundo se delata, sea mintiendo o diciendo la verdad». Resolvía sus casos aplicando la razón, la pura lógica, y poniendo a trabajar sus portentosas neuronas, lo que él llamaba «mis pequeñas células grises». Poirot observaba, con sus ojos verdes relampagueando cuando una idea surcaba su mente, y extraía conclusiones a partir de los hechos a su disposición.

Si Poirot investigase la filtración de los datos fiscales confidenciales de la pareja de Ayuso, el detective aplicaría de inmediato la clásica locución del Derecho Romano: cui bono o cui prodest; es decir, ¿quién se beneficia? Y enlazaría los siguientes hechos:

— El 6 de noviembre de 2019, a Sánchez se le calienta la boca en una entrevista de cámara en la radio pública y alardea de que la Fiscalía depende de él, con aquel ya famoso «pues eso».

— Tras el escandaloso y fallido paso de colocar como fiscal general a la ministra Lola Delgado, la mujer de Garzón, Sánchez la sustituye en agosto de 2022 por García Ortiz. Lo adorna para el cargo su activismo en asociaciones profesionales de izquierdas y su clara simpatía por el PSOE, que en su etapa en Galicia lo llevó a participar en mítines del partido.

— Durante la pandemia, Ayuso se convierte en la gran antagonista política de Sánchez. La animadversión entre ambos es manifiesta y creciente. Moncloa no la traga (y viceversa).

— Saltan los casos de supuesta corrupción de Begoña Gómez, que acabará imputada por partida cuádruple. Sánchez está colérico y maquina una respuesta.

— La pareja de Ayuso tiene un problema serio con Hacienda, que lo acusa de fraude fiscal. El PSOE lo festeja y lo alzaprima. Ha encontrado una cortina de humo excelente para decir que en todas partes cuecen habas. Donde las dan las toman: la corrupción no estaba en casa de Sánchez, sino en la puerta de enfrente.

— Como tantos contribuyentes investigados, la pareja de Ayuso busca un acuerdo con la Fiscalía. En ese contexto, y como parte de una campaña contra la presidenta de Madrid, se filtran a los medios las negociaciones de su novio, haciendo así públicos los datos fiscales de un particular, algo prohibido.

  1. — Las sospechas inmediatas recaen sobre el fiscal general del Estado, García Ortiz. El paso del tiempo las confirma. Acaba imputado y este lunes un informe de la Guardia Civil al juez del Supremo ha ratificado sin atisbo de duda que él fue el filtrador.

— García Ortiz se tomó además la misión con un interés inusitado, llegando a sacar a uno de sus fiscales del palco del Bernabéu para que le facilitase parte del material contra el novio de Ayuso y utilizando su correo privado para intentar no dejar huellas.

A la vista de todo esto, los ojos verdes de Poirot empiezan a brillar. Sus pequeñas células grises palpitan, y se hace la gran pregunta clásica: Cui prodest, ¿quién se beneficia?

¿Tenía García Ortiz algún móvil personal para intentar golpear con tal prisa la carrera política de Ayuso? Aunque sus simpatías sean izquierdistas, no parece. Cae lejos de su ámbito. Por el contrario, ¿tenían Sánchez y su equipo de la Moncloa un interés político en embadurnar a Ayuso y distraer así del caso Begoña? «Evidentemente, sí», responde Poirot.

Y siguen las preguntas. ¿Es práctica habitual de García Ortiz filtrar información a los medios por cauces informales? No. ¿Y lo es en el caso de los gabinetes de Moncloa? Sí. De hecho lo hacen constantemente.

El primer medio que publicó la filtración contra el novio de Ayuso fue un minúsculo portal de izquierdas, con solo 152.000 lectores de media diaria, según el auditor de referencia GFK. La directora de ese diario digital ha sido premiada ahora como consejera en el Consejo de RTVE (más de cien mil euros al año). ¿Quién le ha regalado ese premio? ¿García Ortiz? No, el PSOE de Sánchez.

Poirot se atusa sus bigotes, sonríe y escruta al público congregado en una habitación para escuchar sus conclusiones: «Mesdames et Messieurs, este es uno de los casos más sencillos de mi carrera. ¿Quién ordenó filtrar el material contra el novio de Ayuso para perjudicar a la presidenta madrileña? No tengo ni que contestar. Es evidente».

Agárrense a los asientos en la Moncloa. Lobato es lo de menos. La deriva que ha tomado el caso de la filtración de García Ortiz puede llevarse por delante a un par de ministros. Y andando el tiempo, tal vez incluso al que los nombra.

Resulta evidente que alguien ordenó al fiscal lanzarse a hacer guerra sucia política. ¿Y de quién depende la Fiscalía? Pues eso.