El Correo-FABIÁN LAESPADA

La segunda entrega mejora de forma sustancial la anterior, pero diluye la responsabilidad de los que colaboraron en la violencia: la izquierda abertzale

Quizás sea por deformación profesional o tal vez porque a menudo sucede que el producto revisado suele convertirse en definitivo, la cuestión es que quiero hacer unas sugerencias y críticas constructivas a la segunda versión del trabajo presentado por la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno vasco sobre el material denominado Herenegun!; es decir, el conjunto de herramientas (cuadernos y vídeos) que se utilizarán en los centros de enseñanza como soporte explicativo de la historia de violencia y terrorismo vivido en la sociedad vasca en los últimos 50 años. El objetivo fundamental es deslegitimar radicalmente el uso de la violencia con fines políticos

La idea de revisar nuestro pasado, tan imperfecto y tan indefinido a la vez, resulta imprescindible dado el grado de desconocimiento general sobre esta cuestión en las y los jóvenes que están llegando a la Universidad. Es más, resulta casi sospechoso el desconocimiento de nuestros jóvenes sobre, por ejemplo, quién fue Carrero Blanco y cómo murió; poco o nada saben sobre el Pacto de Ajuria Enea o el de Lizarra y no son pocos quienes tienen una idea vaga, con aroma de lucha romántica, sobre la kale borroka, pero de la cual ignoran que se llevó varias vidas por delante. Pero claro, hablar de kale borroka, tratarlo en un documento con función pedagógica y dejarlo en un plano alegórico, sin detallar autorías y responsabilidades, es truncar el propósito cuando no camuflar aquéllas. Vayamos al grano.

Esta segunda entrega mejora sustancialmente la anterior, con un mensaje final potente en cuanto a deslegitimación de la violencia y defensa de los derechos humanos. Pero los reportajes continúan diluyendo la responsabilidad de quienes han sido colaboradores imprescindibles en la ejecución violenta: la izquierda abertzale, arremolinada sobre todo en las siglas HB y herederas. Con esto quiero decir lo siguiente: esta historia de violencia, ejercida principalmente por la banda terrorista ETA, ha sobrevivido a la llegada de la democracia –muy titubeante e imperfecta, sí–, a la implementación del Estatuto vasco y a la consolidación del autogobierno en Euskadi. Cual Hidra, se ha repuesto a todos y cada uno de sus descabezamientos y solo ha desistido cuando, acorralada por la Policía, Judicatura y sociedad, su propio brazo político le ha dicho: basta, que esto ya no compensa.

No hay en los cinco documentales ninguna mención al papel protagonizado por el mundo de la izquierda abertzale, a pie de obra, complementando la estrategia militar de la banda terrorista. Un par de ejemplos. Asesinaron al padre de Charo Cadarso y dos vecinos le increparon que era lógica esa muerte: era un txakurra. Se largaron, claro. ¿Quién avisó de que Juan Mari Jauregi estaba en el frontón Beotibar de Tolosa? ¿Quién destruyó varios árboles del Bosque de Ibarrola? ¿Quién arrojó cócteles contra las casas del pueblo y quemó autobuses durante tantos viernes y sábados? ¿Quién pintorrejeó las paredes de Durango amenazando a Pedrosa hasta que ETA lo asesinó a balazos? ¿Quiénes se manifestaban frente a su casa señalándolo como objetivo? ¿Quiénes dibujaron una diana en la puerta del despacho de una profesora de Universidad? ¿Por qué se marcharon tantos y tantas de nuestro país, con el único objeto de poder vivir, ni siquiera en paz; tan solo vivir? ¿Quién nos gritaba «ETA mátalos»? En los documentales se dan cifras y se mantiene un relato coherente con el horror padecido, pero se obvian no ya detalles sino circunstancias sustanciales de profundo calado que explican la interminable historia de ETA. Hay un claro apoyo, sustento y justificación en todos los frentes, así como el decidido impulso a la estrategia militar: «Cuanto más zumbemos, más arrodillados vendrán a negociar». Y de ahí se deriva esa violencia de persecución hacia todos los colectivos que no comulgan con los fines de la izquierda abertzale.

Poco se habla, precisamente, de todas las personas amenazadas –42.000– que cada mañana miraban debajo del coche. Gesto por la Paz organizó decenas de actos en apoyo de los amenazados, especialmente cuando personas concretas aparecían en papeles incautados a comandos. De estas actividades y del papel protagonizado por la coordinadora pacifista, que aguantó sin «tregua» hasta ver consolidado el final del terror, no se da apenas información en el documental. Dos horas de trabajo audiovisual y tan solo se ofrecen escasamente dos minutos: nada de las campañas prolongadas ante los secuestros, nada del mensaje innovador que hasta entonces nadie había mencionado sobre el acercamiento de los presos a cárceles cercanas, nada de la teoría expuesta por Gesto sobre la necesaria desvinculación de la cuestión política y del problema de la violencia. Es decir, lo que al final se ha impuesto: no hubo que dar nada político a ETA para que dejase de matar; se para y punto, y el camino de la política va por otro carril. Bueno, pues nada se dice de estas cuestiones en el documento, cosa que hace sospechar que igual no gustan mucho a los autores.

Por último, cuando se aborda el conflicto de la autovía de Leizaran, se menciona la intervención de ETA que, como siempre, todo lo adulteró y desquició, pero se ignora la actuación de Lurraldea, la coordinadora que litigó con todos los medios para el cambio del trazado, y que no fue capaz de condenar ni un solo de los asesinatos. Tampoco que Lurraldea se disolvió y parte de sus líderes fundaron Elkarri. Creo que es importante que esto se diga para entender el desarrollo de las diferentes alternativas en torno a la ‘resolución del conflicto vasco’, que siempre han propugnado un acuerdo político para el cese de la violencia de ETA. Pero el tiempo y el empecinamiento de la banda no les dio la razón.

Quiero destacar algo que pasa inadvertido y que resulta fundamental: el valor, el mérito y la impagable deuda que tenemos con los concejales y cargos intermedios del PP y del PSOE, que, en una soledad metálica e incomprensible, tuvieron que enfrentarse al vértigo de estar en la diana. Gracias a su clarividencia y persistencia en el juego democrático, este no ha perdido todo su sentido. ¿Se podía haber añadido en los documentales? Señoras y señores responsables de Herenegun 2: ocultar partes de la verdad es una forma sutil de mentir. Ustedes lo pueden mejorar. Creo que deberían hacerlo, ya que «todavía estamos a tiempo».