EL CORREO 20/05/14
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Este fin de semana se ha celebrado el tercer aniversario del 15-M, aquel movimiento de protesta que tanta expectación levantó y que algunos consideraron una grave amenaza al sistema democrático de representación vigente. El aniversario ha pasado con más pena que gloria, con movilizaciones de escasa entidad en un montón de capitales que han evidenciado que aquel movimiento no es ni será lo que los participantes de los primeros tiempos creyeron que podría ser. Un movimiento que veía con repulsión la creación de estructuras estables para participar en el sistema que cuestionaban estaba abocado a echar la persiana a no tardar porque no tenía manera de gestionar políticamente las energías de contestación que había logrado articular en torno a las asambleas de las plazas y calles.
Como movimiento político, el 15-M ha terminado siendo un fracaso, aunque como movimiento social reflejara el testimonio del malestar de una parte no desdeñable de la sociedad y fuera una señal de alarma a tener en cuenta por todos. El tercer aniversario ha coincidido con el ecuador de la campaña electoral de las elecciones europeas a la que concurren algunas listas que aspiran a representar el espíritu de aquella sociedad indignada. Si alguna de estas listas, a priori minoritarias, obtiene representación en la Eurocámara, tal vez sea ese el único logro que pueda exhibir el 15-M.
La oportunidad de las listas minoritarias nace del desgaste con que llegan a estas elecciones los dos grandes partidos nacionales, el PP y el PSOE. En estos comicios se juntan dos factores que les perjudican: el primero, el desinterés de los ciudadanos por las votaciones europeas.
Hace cinco años, ya con crisis, la abstención superó ligeramente el 55%, pero en 2004, sin crisis, la abstención fue del 54,8%. El factor principal de la abstención parece ser el desinterés de los votantes por el Parlamento europeo. Ahora, seguramente, habrá que sumarle el plus derivado del notorio desgaste de los dos grandes afectados por el malestar social derivado de la crisis económica y los escándalos de corrupción. Es el segundo factor.
No son, por tanto, los comicios del 25-M los más adecuados para valorar la famosa crisis del bipartidismo. Las elecciones generales, en las que la participación suele ser unos 30 puntos por encima de las europeas, son mucho más útiles para medir ese efecto. Los euroabstencionistas son, en su mayoría, votantes del PSOE y del PP que no tienen mucho interés por lo que ocurre en Bruselas, pero que no están dispuestos a renunciar a decidir quién gobierna España. Su comportamiento es diferente según sea el tipo de comicios.
El bipartidismo entendido como el predominio continuado del PP y del PSOE llega a estas elecciones erosionado, pero está muy lejos de que se le pueda dar por muerto.