Los modernos caballeros andantes ya no van a lomos de caballo; los paladines, los que se rebelan ante la injusticia, no van montados en briosos alazanes. Van en tractor. Porque nuestros héroes, en columnas cargadas de razones y ansia de justicia, son nuestros agricultores y ganaderos, la gente del campo en quienes nunca pensamos, nosotros urbanitas egoístas, sin los cuales no podríamos comer. Ellos fueron quienes en pleno confinamiento ilegal sanchista continuaron esforzándose para que la mayoría estuviese haciendo vídeos de manualidades a cual más inútil y saliendo como focas a aplaudir cada día a las ocho de la noche. Son los que, desde que quisimos entrar en ese grupo de mercachifles desdeñosos y con complejo de superioridad que se llama Europa, sufrieron en sus propias carnes las crujías por las que nos hicieron pasar. Los mismos europeos, por cierto, que ahora nos incendian los camiones – una vez más – cargados de frutas y hortalizas españoles, esa Europa encarnada en la totalmente banal y boba Ségolène Royal que critica el tomate español pero calla como muerta cuando de importaciones del agro marroquí se trata, no cumpliendo como no cumplen las normativas de esa mal llamada Unión Europea.
Son los europeos que se han cargado nuestra flota pesquera a base de reducir nuestros caladeros también, qué casualidad, en favor de Marruecos; los que nos obligaron a desmontar nuestra industria siderúrgica, nuestros astilleros, los que nos impusieron sus normas, sus productos, sus marcas de automóviles, de electrodomésticos, de electrónica. Hasta la moneda nos quitaron, arrinconando en los estrojes vacíos de grano aquella peseta que tanto tiempo nos acompañó y tantas frases supo acuñar a su sombra.
Porque una huelga por parte de estos es el mazazo más grande que se le puede propinar al sistema partitocrático de subvencionados, mediocridades y traidores que nos gobiernan
Nuestra gente del campo sale a gritar que está harta de tanta agenda 2030, de tanto chalaneo, de tanta ruina, de tanto latrocinio político, de trabajar como mulas para, no tan solo no ganar nada sino, terrible, ir a pérdidas. La izquierda caviar se hartó de hablar de la España vaciada con tal de no hablar de agricultores y ganaderos. Porque una huelga por parte de estos es el mazazo más grande que se le puede propinar al sistema partitocrático de subvencionados, mediocridades y traidores que nos gobiernan. Lo dijo Ramon J. Sender: “Hasta que el brazo y la viña no se desmanden los políticos podrán dormir tranquilos en España”. Y hete aquí que, siguiendo la estela de sus compañeros europeos, nuestras buenas gentes que trabajan la tierra se han subido a sus tractores empezando una lucha que no debe cesar hasta su triunfo, que es también el de todos.
Siento un profundo orgullo al verlos desafiantes, sin nada que perder, enfilando sus vehículos de trabajo hacia pueblos y ciudades. No vienen a que los rescatemos, que nadie se equivoque. Vienen a rescatarnos de la solemne idiotez en la que se vive en las grandes urbes, de la charlatanería de los dirigentes públicos, de nuestro egoísmo e indiferencia ante la ruina de miles y miles de compatriotas. Añado, con pesar, que me produce una infinita vergüenza ver como miembros de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado los detienen como si fuesen delincuentes, cuatro contra uno, mientras los inmovilizan en el suelo. No será porque no existan delincuentes de verdad que perseguir. En fin. Quedémonos con las palabras de Don Miguel Delibes cuando ingresó en la Academia: “Empecé a darme cuenta entonces de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero”. Bendito campo, benditos pueblos.