Juan Carlos Girauta-ABC

  • En esta parte privilegiada del mundo habíamos llegado a creer que era posible mantener una política exterior basada en principios y valores

Para exportar heroína a escala global, principal actividad lucrativa de los talibanes, se necesita una infraestructura compleja y bien engrasada. A ese negocio se añade la creciente producción de metanfetaminas. Estas proceden del cultivo silvestre de efedras. La heroína, de los campos de adormideras. Se calcula que en torno al 90% del mercado del opio está en manos de talibanes.

La cadena que va de los lejanos e inaccesibles campos de amapolas a la jeringuilla que ha dejado junto al muro suburbial uno de los 70.000 heroinómanos de España atraviesa, para empezar, Irán y Turquía, la ruta hacia el sur de Europa. Hay otras. Por sistema, la enrevesada telaraña del tráfico ha eludido las estrategias y actuaciones de los gobiernos occidentales. Onerosísimas e inútiles, toda vez que este peculiar sector obtiene sus inmensos beneficios descontando, como restricción estructural de su modelo, la cuota de mercancía que será interceptada. Estadística pura.

Solo en Bakua, distrito de Afganistán, se localizaron el año pasado vía satélite más de 300 laboratorios de efedrina. Los bombardeos estadounidenses sobre algunos de dichos laboratorios están muy lejos de haber afectado a la principal fuente de financiación talibán. La parte del león del negocio de la droga no va a los productores, como es natural. De hecho, a Afganistán va una pequeña porción del suculento pastel. Pero ese trocito supera con creces los mil millones de dólares al año, un 10% del PIB del país.

Sin esos recursos, cuyo origen se compadece mal con la fe islámica, no poseerían su armamento ni se podrían mantener los aproximadamente 75.000 combatientes cuya causa totalitaria e inhumana, que se ceba con especial saña en las mujeres, acaba de imponerse de nuevo tras los 20 años de la ocupación americana que siguió a los atentados del 11-S. Nada o casi nada ha hecho para impedir este segundo Vietnam un Ejército afgano pagado y entrenado por los estadounidenses con ayuda de aliados como España. Nuestros soldados han desactivado explosivos con éxito en 1.400 ocasiones, han asesorado a ese Ejército decepcionante y corrupto y se han dejado 102 vidas por el camino. Si una pregunta resulta pertinente en este momento es «¿para qué?».

Todos sabemos lo que pasará a partir de ahora con las mujeres afganas, con las niñas afganas, con todos aquellos sobre los que recaiga la más leve sospecha de colaboración con los infieles. En esta parte privilegiada del mundo habíamos llegado a creer que era posible mantener una política exterior basada en principios y valores. Preparémonos, vamos a recibir jarros y jarros de agua fría. Los que nunca estuvieron por la ocupación («El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush», ¿se acuerdan?) nos instan a no permitir que les suceda ‘esto’ a las mujeres afganas. Supongo que las bellas almas confían en la eficacia de las reprimendas de Borrell, las heroínas.