Isabel San Sebastián, ABC 22/11/12
SI tuviera que escoger sólo una entre las lecciones que nos brinda la Historia yo me quedaría con ésta: El odio es el peor padre que podemos dar a nuestros hijos. Engendra monstruos sedientos de revancha, ayunos del amor que nos humaniza, impermeables a cualquier intento de sometimiento a la fuerza de la razón, fanáticos de la sinrazón que encuentra su origen y su proyección en la utilización indiscriminada de la fuerza.
El odio mamado en los pechos maternos, crecido al calor de viejas historias de persecución o expolio repetidas en el hogar hasta ser convertidas en leyenda, multiplicado con cada agravio percibido como tal, ya fuera éste real o imaginario, explica la mayor parte de la sangre inocente derramada a lo largo de los siglos. El odio y el rencor han estado en el origen de innumerables estragos, desde las matanzas perpetradas por Gengis Kan hace ochocientos años hasta los linchamientos de presuntos «chivatos» ejecutados el martes por los terroristas de Hamas en Gaza, con tanta saña como para «pasear» por las calles los cadáveres de los asesinados amarrados a una motocicleta, a semejanza de lo que hacía el caudillo mongol a lomos de su montura. Hace falta mucha ira, mucho encono, para colocarse un cinturón de explosivos y hacerlo estallar en un autobús repleto de civiles sin otra «culpa» que la de ser ciudadanos de Israel, considerada por esos vástagos del odio la fuente y el origen de toda la maldad padecida. Ira y encono cuyo efecto multiplicador, una de las secuelas más graves de esta enfermedad para la que todavía no hemos encontrado cura, se traduce en acrecentada inquina y reforzado revanchismo por parte de aquéllos que, sintiéndose agredidos, piden a gritos a su Gobierno y a su Dios que apliquen sin misericordia la vieja ley del «ojo por ojo»… lo que cierra el círculo vicioso de una tierra maldita desde antiguo por esta siembra.
Odio, rencor y anhelo de venganza son las emociones que explican el nacimiento y sobre todo la perpetuación, hasta el día de hoy, de una banda criminal tan inasequible a la decencia y a la lógica democrática como es ETA. Odio irracional, ciego, inducido a conciencia por quienes más motivos tendrían para haber pasado página. Son las familias de esos pistoleros, sus propios progenitores en la mayoría de los casos, los que han envenenado el alma y la mente de esas personas hasta convertirlas en sicarios al servicio del terror y de la muerte. En instrumentos de destrucción abocados a naufragar en su propio fracaso, no sin antes causar todo el dolor posible, en el empeño de dar cauce a la hiel acumulada gota a gota por los que introdujeron en ellos esa ponzoña.
Odio, fruto de una tergiversación hábilmente llevada a cabo por el nacionalismo con fines tan espurios como el acaparamiento del poder, es lo que está propagando Artur Mas por Cataluña contra todo aquél que se oponga a su aventura soberanista, y odio engendrará ese odio más pronto que tarde en buena parte del resto de España, porque el insulto llama al insulto y una ofensa conduce inevitablemente a otra. Entonces arderán los puentes y se levantarán murallas. Repetiremos viejos errores sin aprender nada de ellos. La roca de Sísifo volverá a rodar cuesta abajo.
Si tuviera que escoger una única herramienta con la que desmontar todo ese odio en aras de construir convivencia, elegiría la verdad. La que se desprende de la explicación de lo acontecido situado en su contexto e iluminado por la luz del raciocinio. La que lleva de su mano a la justicia y conduce a la libertad.
Isabel San Sebastián, ABC 22/11/12