Pero Hillary también defendió con uñas y dientes sus valores y principios, hizo un apasionado y vehemente llamamiento a sus seguidores a seguir luchando por los ideales demócratas y, sobre todo, no hizo la más leve autocrítica ni entonó el más mínimo mea culpa por el batacazo electoral que los demócratas se pegaron con ella como candidata. Hillary en estado puro, para entendernos.
Sin embargo, he ahí la cuestión: ¿ha ganado Trump las elecciones o ha sido Hillary quien las ha perdido? Esa es la pregunta que se hacen muchos sesudos analistas, y que la mayoría responden en detrimento de Hillary. Porque, a pesar de la gran victoria que catapultó a un millonario empresario inmobiliario a la Casa Blanca, las encuestas muestran que muchos de sus propios seguidores no se reconocen en él, no se identifican con él.
De hecho, en lo que a votos puros y duros se refiere, la ex secretaria de Estado habría conseguido en total casi 170.000 papeletas más que Trump. Pero el propio sistema electoral americano y el que Hillary fuera incapaz de imponerse en estados claves como Ohio, Florida, Carolina del Norte, Iowa o Nevada, por no hablar del golpe de gracia que recibió en Wisconsin y Pensilvania (donde desde 1988 siempre habían ganado los demócratas), propiciaron la victoria del magnate.
Un ricachón de 70 años y gustos bastante horteras, casado en terceras nupcias, que vive en un lujoso ático en la Quinta Avenida de Manhattan y que para la mayoría de los americanos representa la quinta esencia del «gilipollas neoyorquino» (con perdón). Un dato: al poco de proclamarse su victoria, las visitas a las páginas web con información para emigrar a Canadá se dispararon.
Pero si Trump no gusta a muchos de los que le votaron, la imagen pública de Hillary es aún peor: para la gran mayoría de los americanos de clase media y baja, la candidata demócrata representa a la perfección todo aquello que no funciona en la política del país. Y a eso se suma que Hillary, con sus modales agresivos, su habitual arrogancia y su ir por la vida sobrada, es una mujer que despierta grandes antipatías.
Hay que reconocer que en lo que se refiere a inteligencia emocional es bastante torpe: suele ser fría y controlada pero, cuando se deja llevar, con frecuencia termina metiendo la pata. Como cuando en plena campaña llamó «personas deplorables» a los seguidores de Trump, desatando tal aluvión de críticas que se vio obligada a disculparse.
La prueba de su soberbia es que en el discurso que ofreció ayer para admitir su derrota, Hillary en ningún momento esbozó el menor atisbo de haber hecho algo mal, de haberse equivocado en algo para provocar una derrota de tal calibre como la que sufrió. Se limitó a indicar que EEUU es un país «mucho más dividido de lo que pensábamos» y, a partir de ahí, se reafirmó machaconamente en sus ideas, valores y principios (opuestos a los de Trump, no hacía falta que lo dijera) y pidió a sus seguidores que no renunciaran a ellos.
«Nunca dejen de luchar por lo que es justo», les encomió con energía. «Aseguraos de que vuestras voces se sigan oyendo», sentenció. «El sueño americano es lo suficientemente grande para acoger a todos, con independencia de su raza, religión o género», subrayó en otro pasaje, acogido con sonoros vítores por sus seguidores. «Si permanecemos unidos llegarán días mejores».
Clinton se deshizo también en elogios hacia los Obama y reconoció que la de derrota fue «dolorosa» y que lo será «por mucho tiempo». Y concluyó su emotivo discurso dirigiéndose a las jóvenes estadounidenses que habían depositado su confianza en ella y que esperaban que la candidata hiciera historia convirtiéndose en la primera mujer en ocupar la Casa Blanca en 227 años. «De lo que más orgullosa me siento es de haber sido su inspiración. Algún día alguna lo logrará y seguramente antes de lo que pensamos».
La candidata demócrata, eso sí, manifestó públicamente su deseo de que Trump sea un buen presidente. «Espero que tenga éxito, queremos que tenga éxito con todos nosotros», afirmó. «Queremos una vida mejor para todos. Queremos construir una América más fuerte y más justa»
Y ahí tiene razón. El americano medio se siente traicionado y con frecuencia desesperado. La clase media vive peor que años atrás, los jóvenes se endeudan hasta las orejas para poder estudiar en las mejores universidades y luego no encuentran trabajo, el endeudamiento privado asfixia a numerosos hogares.
Pero casi toda esa gente, que hace ocho años creyó en Obama y en su mensaje de reformas y esperanza, se siente traicionada de la política en general y en particular por Hillary, una mujer que fue primera dama, senadora y secretaria de Estado y que, como Bush padre y Bush hijo, forma parte de una especie de aristocracia que se perpetúa desde hace años en el poder. Por no hablar de las sombras de corrupción implícitas y explícitas que rodean a la Fundación Clinton o de las generosas donaciones que ésta ha recibido de países como Arabia Saudí. Pero claro, la candidata demócrata ayer de eso no habló.