Arcadi Espada-El Mundo

LA PRODIGIOSA capacidad del periodismo de fabricar sentido a partir de las coincidencias temporales se ha puesto otra vez de manifiesto este fin de semana. Mientras el juez Andreu declaraba, tras muchos años de opinar lo contrario, que en el caso de las preferentes de Bankia no había delito penal, el líder del partido Podemos se compraba una casa de 600 mil euros y firmaba una rigurosa hipoteca, no exenta de riesgo para la casa prestadora. Sobre los efectos benéficos de las hipotecas en la lucha contra ETA se pronunció hace muchos años un antiguo político socialista, Francesc Martí i Jusmet. Aseguraba que nada reinsertaba mejor a un nacionalista criminal que tomar una hipoteca. Si el artefacto financiero se probó bueno contra el crimen, hay fundadas esperanzas de que pueda limitar la estupidez política. Aunque no extirparla totalmente en este caso, porque es difícil señalar (aun en España) un político más torpe y limitado, que haya echado a perder tan grandes oportunidades políticas, como este Pablo Iglesias Turrión, que se iba a comer el mundo y el mundo se lo ha comido en apenas dos bocaditos.

Las oportunidades de Iglesias surgieron a partir de las numerosas ficciones letales que construyeron el relato de la crisis. Casi todo era falso, pero es obvio que las falsedades pueden tener graves consecuencias políticas. Una de las principales afectó a la responsabilidad de los bancos en el desencadenamiento de la crisis. Aprovechándose de la fragilidad de analfabetos y viejecitos, y de manera deliberada y planificada, los bancos habrían desarrollado una serie de productos financieros de cuyos riesgos jamás advirtieron, como las acciones preferentes o las hipotecas fantasiosas. Los banqueros serían culpables de un delito de prevaricación continuada, por así decirlo, y los primeros en vocearlo en los platós hasta las más violentas cotas de demagogia fueron personajes como este Iglesias, hoy políticamente hipotecado de por vida.

El auto del juez Andreu que sobresee una época ha sido tratado periodísticamente con discreción extrema. Se comprende, porque igual que no hay democracia sin periodismo jamás habría habido populismo sin su entusiasta colaboración. La discreción culpable se comprende también por el caso particular. Es falso que todos los cadáveres se queden fríos: ahí está el de Miguel Blesa, candente. O para decirlo con las palabras del principal negocio de pornografía política del país, exactamente al rojo vivo.

Un tiro en el pecho, una firma de hipoteca. Así es como van renovándose las generaciones en este mundo.