Isabel San Sebastián-ABC
- Lo de ahora resulta especialmente repugnante porque el invasor nos envía a sus niños como carne de cañón
Hace 1310 años, en el 711, un caudillo llamado Tariq ibn Ziyad, al mando de unos diez mil guerreros, cruzó el Estrecho y puso pie en la Península, dando comienzo a una invasión que muchos magnates de la época confundieron con una expedición de saqueo. Las naves que transportaban a esos bereberes del Atlas (el actual Marruecos) partieron de Ceuta, ciudad visigoda encuadrada en el Reino de Hispania, cuyo gobernante franqueó el paso a los conquistadores confiando en que hicieran el trabajo sucio de liquidar al legítimo rey, se cobraran su soldada en botín y después regresaran a África. Nada ocurrió como esperaban los conjurados del clan witiziano. Rodrigo llegó tarde y exhausto a la batalla decisiva, porque se hallaba cerca de Pamplona, combatiendo una rebelión de vascones, y el Reino visigodo de Hispania cayó ante el empuje militar musulmán. Tuvieron que pasar ocho siglos de lucha incansable para que Hispania, España, recuperara su identidad europea, cristiano-romano-visigoda, hoy felizmente reflejada en nuestra pertenencia a ese club de progreso, igualdad, bienestar y libertad, llamado Unión Europea.
Evidentemente la España de 2021 presenta incontables diferencias con la Hispania de 711, empezando por la democracia sobre la que se asienta el poder. También existen similitudes, que conviene destacar. Para empezar, tanto aquella como esta constituyen unidades indiscutibles en términos políticos y geográficos; es decir, lo que hoy llamamos naciones. En ambos casos, por tanto, la víctima del ataque es la misma. Cuestión clave es el hecho de que, tanto entonces como ahora, nuestra debilidad y fragmentación interna sean factores determinantes en el ánimo de los agresores, que de otro modo no osarían lanzarse a semejante empresa. Bien es verdad que hoy el gobernador de la plaza ceutí no es felón, sino víctima, lo cual no obsta para que un presidente en minoría, con más ambición que respaldos, haya escogido como socios a potentados territoriales cuyo principal empeño es la destrucción de España. «Puigdemont se alinea con Marruecos» o «Podemos pide un referéndum para el Sahara» eran titulares de portada este miércoles en ABC.es. El mismo día, este periódico constataba: «Sánchez y Casado, sin unidad política en la crisis de Ceuta». Y en su cuenta de Twitter, Otegui, el terrorista reconvertido por la izquierda en protohombre de paz, decía: «hoy más que nunca nuestro apoyo incondicional al pueblo saharaui en su lucha por la independencia».
La Historia nos brinda lecciones que nos empeñamos en ignorar. Una de la más importantes es que la unidad fortalece mientras que la división genera una gran vulnerabilidad. Otra es que el engaño constituye un arma habitual en cualquier enfrentamiento bélico. Ni lo del 711 fue una expedición de saqueo, ni esto de hoy una crisis humanitaria. La intención y la pretensión son las mismas. Lo de ahora resulta, eso sí, especialmente repugnante, porque en lugar de aguerridos soldados, el invasor nos envía a sus niños como carne de cañón.