Los españoles deberíamos afrontar la redacción de una historia común, ya que la historia que se enseña en las comunidades autónomas no es siempre la misma, sobre todo en lo que concierne a las particularidades de cada nacionalidad o región, a las tensiones centrífugas y centrípetas que han forjado el Estado español.
Uno de los hitos de la consolidación definitiva del eje franco-alemán, entendido como superación histórica -no sólo política- de la Segunda Guerra Mundial, ha sido el encargo de una historia común, que sirva de base a la docencia en ambos países y que sea escrita por intelectuales ecuánimes, capaces de entresacar la verdad de lo ocurrido, aceptable para ambas partes. No estaría mal que todos los españoles emprendiéramos una tarea semejante, un vez constatado que la historia que se enseña en las escuelas de las distintas comunidades autónomas no es siempre la misma, sobre todo en lo que concierne a las particularidades de cada nacionalidad o región, a las tensiones centrífugas y centrípetas que han forjado el Estado español, a la naturaleza del cambio social en cada etapa y a las características de los vínculos que han formado su engrudo. Es bien conocida la dificultad que plantea en todos los terrenos el concepto de objetividad aplicado a la historia, pero ello no habría de impedir que se decantase científicamente un único relato de nuestro devenir.
Por supuesto, estas líneas se escriben con el más absoluto escepticismo: nunca permitirán los partidos nacionalistas que el trabajo intelectual de los historiadores más reconocidos desmonten los mitos sin fundamento en que se basa en buena parte su posición.
Pedro Villalar, EL DIARIO VASCO, 9/11/2004