- La sintonía entre ambos líderes mundiales genera mucha confusión y, para explicarla, suelen esgrimirse tres grandes teorías.
La secuencia fue como sigue: Donald Trump ordenó desplegar una alfombra roja en Alaska para que Vladímir Putin pudiese presentarse ante el mundo sobre ella, luego charló con él durante tres horas con la intención de conseguir sentar las bases para un alto el fuego en Ucrania, algo que a juzgar por lo dicho durante la rueda de prensa posterior no consiguió… a pesar de lo cual, al ser entrevistado por Fox News, colmó de elogios al líder ruso.
Teniendo en cuenta cómo suele conducirse Trump por el mundo –a fin de cuentas representa lo que en jerga animal se conoce como «macho alfa»– y teniendo en cuenta cómo suele comportarse con quien no se pliega a sus deseos, la pregunta surge sola: ¿por qué deja que Putin se salga con la suya una y otra vez?
«Desafiar a Trump es buscarse un castigo», decía hace unos días la revista The Economist. «Un político rival puede esperar una investigación, un medio de comunicación que se dedique a cuestionarle puede enfrentar una demanda millonaria, una universidad de izquierdas puede despedirse de sus subvenciones públicas, un funcionario escrupuloso puede recibir una carta de despido y un gobierno extranjero, ya sea aliado o rival, invita a la imposición de aranceles si no le sigue la corriente», añadía la publicación británica. «Vladímir Putin es una misteriosa excepción».
A la hora de responder a la pregunta de qué hay detrás de semejante deferencia suelen barajarse tres grandes teorías.
Primera teoría
La primera, que no suele recibir demasiada credibilidad por parte de los analistas rigurosos, sugiere que los rusos tienen algún tipo de material altamente comprometido de los tiempos en los que Trump, siendo todavía un millonario neoyorquino sin aspiraciones políticas concretas, se dejaba caer por Moscú de cuando en cuando en viajes de negocios.
El primero de aquellos viajes tuvo lugar en 1987 con la intención de explorar la construcción de un hotel. En los siguientes cultivó una serie de contactos de alto nivel–millonarios locales, miembros del establishment político, diplomáticos– con idea de desarrollar varios proyectos inmobiliarios de carácter residencial. Incluyendo la construcción de una Torre Trump a orillas del río Moscova, no muy lejos del Kremlin. La iniciativa, empero, no llegó a dar frutos.
En la capital rusa Trump también organizó, en 2013, el certamen de Miss Universo. Durante el evento declaró que no se había olvidado de hacer negocios en Rusia. Es más, añadió, «estoy en conversaciones con varias empresas rusas para construir un rascacielos». Tampoco pudo ser, pero hasta que no fue elegido presidente de Estados Unidos por primera vez, en el otoño del 2016, Trump no dejó de intentar erigir edificios en Moscú.
Debido a todo lo anterior el corresponsal británico Luke Harding, que ha cubierto para The Guardian casos como el de Edward Snowden o WikiLeaks, ha señalado que Trump pudo haber sido tanteado en 1987 por el Departamento de Inteligencia Política del KGB –una de cuyas especialidades era reclutar occidentales poderosos, escépticos y codiciosos– y haber sido reclutado para ejercer como aliado del Kremlin hasta ahora.
Pero dicha posibilidad, enunciada por Harding en un libro publicado en el año 2017 y titulado Collusion: Secret Meetings, Dirty Money, and How Russia Helped Donald Trump Win, no cuenta con el aval de la mayoría de analistas rigurosos.
Tal y como sucede con la teoría del material comprometido gracias al cual los rusos estarían supuestamente manejando a Trump, muchos de estos analistas creen que de haber algo sustancial ya habría salido a la luz hace tiempo. Entre otras cosas porque el actual inquilino de la Casa Blanca es, de largo, la figura política que más escrutinio ha sufrido por parte de la prensa mainstream y, en paralelo, por parte del Congreso de Estados Unidos.
Segunda teoría
La segunda teoría apunta a la admiración que Trump parece sentir por Putin, a quien durante la entrevista con Fox News volvió a definir como “un líder fuerte” y alguien tremendamente inteligente.
Los cumplidos que el actual mandatario estadounidense ha regalado a su homónimo ruso se pueden rastrear hasta el año 2007, cuando en una aparición televisiva junto a Larry King en la CNN dijo lo siguiente: «Miren a Putin, miren lo que está haciendo con Rusia […] ha hecho un gran trabajo reconstruyendo la imagen de Rusia y, también, reconstruyendo la propia Rusia».
Cuatro años después, en 2011, Trump escribió en uno de sus libros –Time to Get Tough: Make America #1 Again– que «Putin tiene grandes planes para Rusia; quiere superar a sus vecinos para que Rusia domine el suministro de petróleo a toda Europa». Y añadió: «Respeto a Putin y a los rusos, pero no puedo creer que nuestro líder [Barack Obama] les permita salirse con la suya… ¡Me quito el sombrero ante los rusos!».
Dos años más tarde, precisamente con motivo de la gala de Miss Universo celebrada en Moscú, Trump se preguntó públicamente si Putin, a quien invitó al evento, «se convertirá en mi nuevo mejor amigo». Luego, en 2015, estando ya metido en su primera campaña electoral declaró que, en caso de salir elegido presidente, se llevaría «muy bien con Putin«.
Ese mismo año Putin felicitó a Trump por sus aspiraciones políticas y por ser alguien «con mucho talento» Trump contestó que era «un gran honor» recibir semejante cumplido por parte de un hombre «tan sumamente respetado tanto dentro como fuera de su propio país». «Siempre he creído que Rusia y Estados Unidos deberían poder trabajar muy bien juntos», añadió el todavía contendiente presidencial.
En los últimos diez años el tono de Trump hacia Putin se ha mantenido en la misma línea. Hay quien dice, incluso, que éste se ha visto reforzado por aquellas acusaciones lanzadas desde el Partido Demócrata que decían que Rusia había embarrado la campaña electoral de las elecciones del 2016 en beneficio de Trump (a quien, cabe recordar, nunca se le otorgó la presunción de inocencia desde los principales púlpitos mediáticos del país). Y salvo por un tirón de orejas reciente a raíz de los últimos bombardeos masivos sobre Kiev la relación entre ambos, a juzgar por las palabras que se dedicaron mutuamente en Alaska, sigue gozando de buena salud.
Al menos en público, claro, pues no son pocos los expertos que afirman que Putin está masajeando la vanidad de Trump para conseguir que los acontecimientos se desarrollen según sus propios términos. Sea como fuere, es evidente que el desprecio con el que el presidente de Estados Unidos ha tratado a otros muchos mandatarios –Volodímir Zelenski, por ejemplo– brilla por su ausencia cada vez que le toca lidiar con el líder ruso.
Tercera teoría
La tercera teoría ha sido enunciada, entre otros, por el académico Peter Frankopan; un profesor de Historia Global en la Universidad de Oxford que ha dedicado parte de su carrera a explorar cómo las relaciones internacionales han ido cambiando y definiendo el mundo a lo largo de los siglos.
En un análisis reciente sobre el encuentro de Alaska publicado en la revista británica The Spectator, el historiador británico ha dicho que Trump «puede haberse tomado su tiempo a la hora de jugar sus cartas, pero ha elegido el momento adecuado». Frankopan continuaba de la siguiente manera: «Y es que la cumbre de Alaska no va solo de Ucrania: es un punto clave en una compleja partida de ajedrez existencial que definirá las próximas décadas». Una partida –añadía– que enfrenta a Trump contra los BRICS. Ese bloque formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Lo que sugiere Frankopan es que la Casa Blanca lleva tiempo preocupada por el potencial de los BRICS –que en conjunto acogen a la mitad de la población mundial y representan el 40% del PIB global– y buscando, por tanto, la manera de tensar la alianza.
Es decir: al margen de que Trump quiera volver a hacer negocios con Rusia, algo que ha reconocido en infinidad de ocasiones, Frankopan plantea que, en opinión del actual Gobierno de Estados Unidos, la forma de romper la cohesión que parece existir entre los BRICS pasa por acercarse, y seducir, a uno de sus eslabones más débiles. Y una Rusia agotada económicamente tras tres años de guerra, y que debe recurrir a regímenes como el norcoreano para mantener su esfuerzo bélico, podría ser la clave.
«La visión de que nos encontramos en una era de competencia existencial es compartida en otros lugares», comenta Frankopan. «El influyente académico chino Liu Jianfei argumenta, por ejemplo, que no solo se está librando un ‘gran juego’ entre superpotencias rivales, sino que éste representa una contienda entre los sistemas de gobernanza nacional y la dirección de la gobernanza global y el orden internacional».
Y es bajo esa luz, sentencia el historiador, como debe mirarse no solo la cumbre de Alaska sino, en general, la deferencia escenificada una y otra vez por Trump hacia Putin.