MANUEL MONTERO-El Correo

Subsisten las aversiones de toda la vida, el vasco es muy fiel a sus odios

 El Parlamento vasco toma una decisión insólita: discriminar a la única representante de Vox, que tendrá un tercio de tiempo en sus intervenciones. Llevamos décadas con la presencia parlamentaria de una izquierda abertzale que apoyó al terrorismo y alentó persecuciones a ciudadanos -aún sin arrepentimientos- y ahora saltan los recelos… no con Bildu, sino con Vox.

Votan el principio discriminador PNV, PSE, Bildu y Podemos, que estarán felices por haber encontrado el enemigo común.

En el País Vasco la figura del enemigo es importantísima. De siempre. Parte de nuestra historia se ha hecho cultivando la idea del antagonista al que combatir. El enemigo une mucho y ha servido para gestar las alternativas que han marcado nuestro pasado.

El enemigo define. No estaría claro qué era ser carlista, liberal, conservador, socialista, comunista, nacionalista, falangista, fuerista, republicano o monárquico, pero sí a qué se oponía, qué enemigo tenía.

Sin enemigos colectivos desde la guerra de la independencia, todo ha quedado en casa. Los odios ancestrales se han reservado para los próximos. El antiespañolismo secular asegura que su enemigo es España, a la que ve lejos, pero en su punto de mira está el vecino que se dice español o no comparte aborrecimiento. Y todos tienen sus diablos particulares, aquí cerca, en la casa de al lado, cuando no dentro. En el universo conceptual de las doctrinas que nos rodean manda el enemigo interior.

Las ideologías se configuran aquí al modo tribal, como comunidades cohesionadas en torno a una idea, no necesariamente compleja, más bien una especie de pasión y repulsión. Nacionalismos en distintos grados de radicalidad, socialismo, populismo de izquierdas o derechas airadas han sido algo más que una opción ideológica. Construyen sus mundos de valores privativos, solidaridades internas… y un enemigo bien preciso. El enemigo sirve para definir la identidad propia, al que oponer ‘nuestro’ sistema de valores, entendido siempre como mejor. Se evoca al enemigo para cerrar filas, sean quienes no reconocen los derechos de nuestro pueblo, la derecha rancia sin más gusto que oprimir a los trabajadores, los nacionalistas e izquierdas que quieren romper España. Dime cuál es tu enemigo y te diré quién eres.

Los antagonismos pasaron a primer plano con la edad contemporánea. Aquí adoptó una forma bélica sin parangón en el resto de España. Ser liberal o tradicionalista constituyeron hechos de armas. En su configuración ideológica, el antagonista llenaba el discurso político, con llamamientos a liquidar la canalla liberal o contra los partidarios de la Inquisición, según. Fueron ideologías que se construyeron a la contra.

No cambiaron las tornas en la siguiente fase. A fines del XIX el socialismo se afirmó contra el régimen social y abominó de la derecha, el capitalismo y su entramado institucional: era una ideología a la contra. El nacionalismo, otro tanto; irrumpió argumentando contra España y la invasión española: la creencia en tales enemigos era su razón de ser. La derecha, que se había desideologizado limitándose al ejercicio pragmático del poder, se rearmó doctrinalmente tras aparecer nacionalismo y socialismo, adquiriendo en el País Vasco una particular virulencia al rechazar a sus antagonistas.

La configuración de las ideologías como construcciones contra un enemigo subsistió tras el franquismo. Contribuyó la naturaleza agresiva de la dictadura. Además, este tipo de reacciones las alimentó después la fascinación por la violencia que generó ETA. A su vez, ésta cultivó, difundió y practicó la idea de enemigo.

El terrorismo originó cambios transitorios, pues las fuerzas democráticas debieron cerrar filas, pero no se diluyeron los antagonismos clásicos. Cuando todo el nacionalismo abominó de los «enemigos de Euskal Herria» (los no nacionalistas), en torno al pacto de Lizarra, se confirmaba que subsistían las aversiones de toda la vida: el vasco es muy fiel a sus odios.

Las necesidades políticas y la obligación de pactar han diluido algo las expresiones de los antagonismos, pero las ideologías siguen construyéndose contra un enemigo, el que presuntamente impide el desarrollo nacionalista de los vascos o su desenvolvimiento progresista, según la trinchera. También la derecha no nacionalista mantiene sus demonios, pero se diluyen por su desvanecimiento ideológico actual. Esa derecha cumple el papel de enemigo a combatir, tachada de rancia e irresponsable por la falta de diálogo y acuerdos. Y Vox vale para representarla.

Lo advirtió Umberto Eco: no podemos pasarnos sin enemigo, es una necesidad connatural. Ahora bien, el enemigo adquiere aquí tanto protagonismo que puede entenderse como un hilo conductor de nuestra historia. La historia del enemigo en Euskadi daría para unos cuantos tomos.