Holanda escuchó ayer los reclamos de su primer ministro. «Debemos evitar que ocurra un efecto dominó. Debemos frenar el populismo en Europa». Con esas palabras quiso conjurar a la ultraderecha Mark Rutte, líder del partido liberal VVD, antes de depositar su voto en las urnas. Y la fórmula pareció funcionarle: los sondeos a pie de urna y los primeros votos escrutados –un 45% al cierre de esta edición– le daban anoche como ganador con en torno a 32 escaños, muy por delante de su principal rival, el PVV del populista Geert Wilders, con 19 escaños, apenas cuatro más que hace cinco años. «Hemos derrotado al populismo equivocado», celebraba anoche Rutte exultante, al tiempo que Wilders reconocía su derrota y exigía, no obstante, «un puesto» en el futuro Gobierno. En caso de no gobernar, se mostró «dispuesto a hacer una fuerte oposición».
Aunque el VVD de Rutte perdía 10 escaños respecto a su actual fuerza en el Hemiciclo, según las primeras encuestas y los votos escrutados al 45%, los resultados certificaban un giro de la sociedad, no hacia la extrema derecha del islamófobo Wilders, sino hacia la izquierda. La sorpresa del día fue el partido GroenLinks (Izquierda Verde), que de sus actuales cuatro diputados protagonizaba un salto gigantesco para situarse en torno a los 15 escaños, un resultado que le otorgaba muy buenas cartas para participar en la futura coalición de Gobierno holandés.
El panorama tras la jornada electoral hacía pensar que han sido sobre todo los votantes de la izquierda los que han contribuido al aumento de la participación electoral en estos comicios: la afluencia a las urnas se situó en un desacostumbrado 82%, la mayor en tres décadas y un aumento de siete puntos respecto a los comicios de 2012.
Flotaba en el aire la preocupación por las encuestas que auguraban una posible victoria de Wilders con consecuencias no tanto para el futuro Gobierno holandés –en el que siempre se deben negociar coaliciones–, sino para la autoconfianza de la ultraderecha en toda Europa. Verbalizaba el alivio en la Unión el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que calificaba el resultado en Holanda de «votación por Europa y contra los extremistas».
Entre el VVD de Rutte y Groenlinks se hallan otros dos partidos que probablemente participen en un futuro Gobierno del líder de centroderecha: la Llamada Democristiana (CDA), que obtenía 19 escaños, al igual que Wilders, pero subiendo seis, y los liberales progresistas de Demócratas 66, que se garantizaban el mismo número de asientos, un buen avance respecto a sus 12 escaños anteriores. En sexto lugar quedaba el Partido Socialista, con 14 escaños, es decir perdiendo uno respecto a su fuerza actual.
El gran perdedor de la noche, según las encuestas, era el Partido Laborista (PdvA), la formación socialdemócrata, socia de Gobierno de Rutte, que desde sus antiguos 38 diputados se quedaba con sólo nueve. Por otra parte, por primera vez entra en el Parlamento el partido antirracista DENK. En total, 12 partidos de los 28 que figuraban en las papeletas obtuvieron al menos un diputado.
Como resultado, el panorama del futuro Gobierno será distinto al actual, pero no cambiará esencialmente y, con toda certeza, dejará a Wilders relegado a una oposición parecida a la que venía ejerciendo hasta ahora. El diputado antiislam hablaba anoche de «éxito», a pesar de todo y advertía en Twitter: «¡Y Rutte no se ha librado todavía de mí».
«Tenemos que evitar que ocurra un efecto dominó», había insistido Rutte horas antes. «Nos jugamos o bien un cambio de rumbo hacia la dirección contraria o una apuesta por una política no experimental, que logre más éxitos a partir de los éxitos de los cuatro años anteriores», declaraba al votar, mientras se dirigía a un grupo de chavales que le habían traído unos dibujos y una bolsa con una crema de regalo.
Hablaba de sí mismo, y de su poderío como líder y jefe de Gobierno para dirigir los Países Bajos en una tercera legislatura consecutiva. Una apuesta que le ha salido bien, según parece.
El ultraderechista Geert Wilders nunca estuvo seguro de la victoria. Su previsión fue que «pase lo que pase, el genio no va a volver a su botella». Se refería, entre inspiraciones, al populismo que en unos pocos meses pondrán a prueba los votantes franceses y alemanes, y que puede hacer tambalearse el poder en la Unión Europea.
Sus planes eran un referéndum para salir de la Unión y después, dando por hecho que saldría un Sí, cerrar las fronteras de Holanda a todos los inmigrantes, especialmente los musulmanes (proceder de Turquía o Marruecos sería un agravante añadido).
El Wilders preelectoral era un entusiasta de sus planes, un hombre serio que nunca sonríe a la prensa, y que esconde las raíces de su pelo de color negro bajo un tinte blanco, tirando a rubio. Se mantuvo en su caballo de batalla hasta el final: «El islam y la libertad no son compatibles», dijo ante la urna. Los musulmanes «son libres de irse cuando quieran» de Holanda, remachó.
Y bromeó sobre la abrumadora presencia de la prensa nacional e internacional, esperando que hubiera «tantos votantes como periodistas» en las urnas.
No todo fue tranquilo en la jornada. Varias páginas web, como Kieskompas, Prodemos o Stemwijzer, que ofrecen información detallada sobre los programas políticos y ofrecen test sobre el perfil del votante, fueron blanco de ataques cibernéticos a lo largo del día.
La agencia ANP informó de que las páginas webs fueron afectadas por los ataques DdoS, y que el Centro Nacional de Seguridad Cibernético (CNSC), junto con numerosos técnicos especialistas, trataron de detener los ataques que parecían proceder de fuera de los Países Bajos.
El recuento manual de los votos, precisamente para evitar interferencias de piratas informáticos, retrasaba al cierre de esta edición los resultados oficiales más de lo acostumbrado, aunque se creía que se iban a dar a conocer durante la noche de la jornada electoral.
Ahora en Holanda se abre una nueva etapa. La de negociar una coalición de Gobierno en un Parlamento divido en pequeños trozos, cual pastel en tiempos de crisis. Los 150 escaños ya tienen nombre, pero el futuro Gobierno de los Países Bajos tendrá que ser fruto de un acuerdo que se prevé alambicado.
Las posibles formaciones no están nada claras: lo único importante para los políticos era frenar a la ultraderecha. Consensuar los diversos programas electorales y ajustarlos en un denominador común no será tarea fácil, pero es algo a lo que están ya acostumbrados los políticos de este país, en el que no se recuerdan mayorías absolutas.
Por eso, en la gran mayoría de los partidos reinaba una alegría, desde contenida a desbordante en las habituales fiestas preparadas con antelación. La única formación que no tenía previsto ningún evento organizado era precisamente el PVV de Wilders. Y no se sabía de él ni de sus compañeros de partido.