IGNACIO LATIERRO CORTA, EL CORREO 27/07/13
· Este lunes hará ya 13 años que ETA asesinó a Juan Mari Jáuregui. Como todos los años le recordamos porque era nuestro amigo, porque nos parece un deber de justicia y, sobre todo, porque creemos que recordar a Juan Mari y a todas las víctimas del terrorismo es necesario para el futuro de la libertad y de la convivencia en nuestra tierra.
Juan Mari nació en 1949 en Legorreta. Como tantos en su generación, se incorporó joven a la acción política en tiempos en los que ésta significaba sobre todo afán de libertad y riesgo; lo hizo en los aledaños de ETA y pronto le supuso detención y cárcel. En su estancia en la de Basauri, en la que Pello Salaburu le recuerda ejerciendo de profesor de euskera de otros reclusos, coincidió con Nicolás Redondo y Tomás Tueros, líderes de UGT y CC OO de Euskadi, y con otros dirigentes socialistas y comunistas cuya influencia acabó llevándole al Partido Comunista de Euskadi en 1974, militancia que mantuvo hasta 1989, años en los que ocupó diversas responsabilidades desde las que ejerció con entusiasmo las virtudes del ciudadano que participa en el foro público, defendiendo la libertad, la pluralidad social y la convivencia pacífica y sosteniendo las instituciones democráticas. Solo un recuerdo de entre los muchos que podríamos destacar de su actividad de aquellos tiempos: fue el promotor de la primera manifestación celebrada en Ordizia (en 1982, antes de Yoyes y antes de Gesto por la Paz) de condena por un doble asesinato de ETA. Una actividad política, por otra parte, nunca remunerada ni compatible con su actividad profesional como viajante de comercio que recorría Euskadi con evidente bonhomía, ganándose la vida y sobre todo amigos.
En 1989, junto con un nutrido grupo de camaradas estimulados por Santiago Carrillo, decide ingresar en el PSE-PSOE, y en junio de 1993 es nombrado Gobernador Civil de Gipuzkoa. En nada cambió su carácter ni su forma de entender la política, ahora reforzada por las posibilidades ejecutivas que le brindaba el puesto. Trabajaba como si fuera una especie de alcalde de Gipuzkoa, dispuesto a atender y si fuera posible a resolver los más variados problemas con los que la gente llegaba a su despacho, y honró la dignidad de su cargo contribuyendo a que la justicia esclareciera los crímenes del GAL. Al perder el PSOE las elecciones en 1996 vuelve a su actividad profesional aunque ahora razones de seguridad le llevan a ejercerla lejos de aquí. Pero no abandonó su pasión política, ni el amor por su tierra y los suyos. La frecuencia de sus venidas a Euskadi facilitó el designio de sus asesinos.
Contaba Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari, en una reciente entrevista, que en su reunión con uno de los terroristas que participaron en su asesinato éste afirmó no conocer absolutamente nada de la vida de su víctima. En fin, que asesinaron a un desconocido. ¿Cómo fueron capaces de hacerlo, si no eran unos simples sicarios? Esta figura del asesino ignorante solo es concebible en una organización que ha llegado a ese grado monstruoso de fanatismo que hace que la causa, la causa por la que se mata se vea tan grande y tan gloriosa, que todo lo justifica.
Todavía seguimos encontrándonos con declaraciones y posicionamientos que intentan diluir el carácter de ETA en el seno de un ‘conflicto’ más o menos eterno, en la existencia de determinadas vulneraciones de derechos, o en la actividad de otras partidas violentas… Todo ello con un propósito: que ETA no sea juzgada en su propio significado y que así, de una manera u otra, su legado se incorpore al acervo de los vascos. Eso no ayuda a construir la convivencia y el futuro, al menos si lo que queremos es una Euskadi de ciudadanos libres, plurales y democrática en suma. Porque el objetivo que ETA ha perseguido con su acción criminal ha sido precisamente su antagónico: una patria en la que ellos tenían el poder de decidir quién era vasco y quién no lo era.
El futuro necesita de la generosidad de todos. Pero antes hay que cerrar bien el pasado. Y el recuerdo de las víctimas, tan distintas entre sí por sus ideas, por sus afanes, por sus conductas, pero tan iguales para los objetivos de sus victimarios, nos indica aquello que inevitablemente debe de ser objeto de repudio para abrir vías de reconciliación.
Firman también este artículo Rafa Euba, Jose Ignacio Asensio Bazterra, Oscar Renedo Nieto, Pablo Parra Moreno y 50 compañeros y compañeras más.
IGNACIO LATIERRO CORTA, EL CORREO 27/07/13