Honor a los cobardes

EL MUNDO 03/10/13
ARCADI ESPADA

Los franceses van a rehabilitar a sus desertores fusilados y, en general, a sus cobardes de la Gran Guerra. La rehabilitación se propone, además, según la jovial noticia del diario El País, como «una pedagogía». Es decir: estos jóvenes tuvieron sus razones para el miedo y deben gozar de nuestro aprecio institucional y patriótico. La iniciativa parece que no alcanza a los cobardes de la Segunda Guerra Mundial. No veo el porqué. La cobardía francesa en la segunda guerra fue aún más general. A partir de cierto momento, incluso, no hubo en Francia más que cobardía. Un miedo atroz a morir. Esa fue la razón fundamental del colaboracionismo, y no parece justo que el colaboracionismo deba quedar fuera de la rehabilitación. A ver si va a dar más miedo un oficial francés que un nazi.
El miedo a morir es un claro signo de civilización, y yo no puedo por menos que celebrar esta magnífica iniciativa de la izquierda francesa, empeñada desde su juventud en la organización de un mundo feliz, aunque se trate de un mundo falso. En la izquierda la felicidad, incluso alzada a punta de pistola, siempre ha contado más que la verdad. Los franceses van a honrar a sus cobardes. Es realmente llamativo que esta variante del honor resulte más específica y solemne que las que recibieron las víctimas de la cobardía de los cobardes: el soldado que sustituyó a su compañero ante la defección y, saltando por los aires en varios trozos, refrendó la lectura correcta de la situación que había hecho su compañero.
La Francia de hoy, libre, rica y llena, no es el resultado de la cobardía y la deserción, claro está, sino del valor, del sacrificio y, en consecuencia, del sumarísimo castigo al desertor. El gesto gubernamental de resucitar a los fusilados por su cobardía, y pedirles un poquito de perdón cumple, en el mejor de los casos, la clásica falacia de proyectar sobre los actos del ayer la moral de hoy. Es evidente que la libertad humana ha avanzado y ahora los hombres pueden disfrutar más de su cobardía. Pero el gesto retroactivo francés es tan incongruente como si uno de nuestros ricos burgueses actuales pidiera perdón a los negros por las molestias que les causó el tatarabuelo negrero. Como si les pidiera perdón, oh, la, la, la, pero sin devolverles el dinero.