Chapu Apaolaza-ABC

  • Se apareció Don Felipe a que le partieran la jeta justo cuando creíamos que este país no tenía suelo y todo eran manuales de escurrir el bulto

Se apareció Don Felipe a que le partieran la jeta cuando empezaron a llover objetos en Paiporta. Creíamos que este país no tenía suelo y todo eran manuales de escurrir el bulto, de poner excusas y de hacer cálculos políticos. Pero allá iba un hombre de dos metros, coronado por las nieves del tiempo, un blanco fácil para las piedras, los trozos de barro, los mangos de las fregonas que volaban por la falta de ayuda y la rabia que produce la mala gestión del desamparo en los enfadados con razón. El Rey de España, que entonces era España entera, apartó a los que lo querían retirar y siguió andando erguido, en dirección al pueblo encolerizado. Iba a calmarlo, a escuchar, a hacerse cargo de su dolor y de su rabia, a abrazarlo y a poner la cara, literalmente. La Reina Letizia, a la que los escoltas pusieron en retaguardia, se quitó el barro de la cara, pidió que retiraran el paraguas con el que la cubrían y volvió a donde estaba el pueblo, como una señora portadora de la imagen de la hombría que no es exclusiva de los hombres.

Con ese gesto, que pasaba automáticamente a la historia en el directo entrecortado de las televisiones, vivían su particular 23F y sostenían muchas cosas que iban más allá de la institución que representan. El gesto de los Reyes compuso un suelo ético institucional, simbólico, ritual si se quiere, en el que todos reencontramos un cierto confort moral que creíamos perdido para siempre ahora que reinan la oportunidad, el tacticismo y el miserable arte de salvar el culo.

Porque andábamos en un alambre asomados al abismo de los barrancos. España estaba a punto de romperse y, si los Reyes se hubieran dado la vuelta, se hubiera enfermado definitivamente. Lo que estaba a punto de quebrarse era la conciencia de que en este país alguien iba a dar la cara -literalmente- por los errores, aunque fueran los errores de otro. Porque uno, sea Pepito o el Rey de España, el presidente de la Generalitat o del Gobierno, no puede salir constantemente corriendo y autojustificarse a cada momento. No se puede salir de najas siempre para dejar al ciudadano en la estacada.

Porque en el salón de casa hay un tipo como yo que tiene que explicarle a su hija Paloma que en la vida hay que guardar una brizna de honor y de valor para ciertas ocasiones y que no todo puede ser poner excusas. Porque hay que dar un paso adelante y decirle al que te está gritando que sabes que tiene razón y que, aunque no sea capaz de creerlo, estás con él, tú y un país entero al que representas en ese momento. Porque hay que estar a las duras y a las maduras, y mascar el sabor del barro de Paiporta que sabe a rayos y a muertos, y abrazarse a un tipo sudoroso que lleva cinco días sin ducharse, ese tipo que llora contigo y que, un minuto antes, te quería partir la cara. Que para que seamos una nación mejor, te tienes que llevar en las mejillas las lágrimas, los mocos y el sudor de esa gente que es tu gente, que es tu pueblo, que son los tuyos, porque no se puede estar siempre anestesiado por los partidarios y los zalameros, y este no puede ser un país que ande huyendo en un todoterreno negro.