CARLOS HERRERA-ABC
- Esto no ha hecho más que empezar. Nada menos que un caníbal dando lecciones de dieta vegetariana
Honrar la palabra dada es cumplir un contrato, no hacerlo es burlarse de los demás. Honrar la palabra dada es la primera manifestación que nos permite clasificar a los individuos en una escala de valores: en función de la honradez en el intento de cumplimiento sabremos si estamos ante un tipo de una pieza o ante un malandrín, ante un oportunista o un honesto cumplidor de sus deberes. No es necesaria más sindéresis.
El nuevo Gobierno de sanchitos recibió, a modo de bienvenida, un mensaje de su presidente en forma de carta dejada sobre su carpeta en la mesa del Consejo de Ministros. La recibieron todos, los que están en la sala de mandos, Bolaños, Calviño, Montero, los que están en el salón de cocodrilos, Óscar Puente y demás, y las Ninistras y Ninistros de nueva factura, como Sira Rego. La carta, fiel a la tendencia insufriblemente cursi del sanchismo, les exhortaba a combatir firmemente el clima exacerbado de crispación y a honrar la palabra dada, lo cual invita a extasiarse ante la inevitable paradoja que supone manejar ambos conceptos por quien firma esas palabras. ¿Pero cuándo ha honrado la palabra dada un sujeto como Pedro Sánchez, el embustero más grande que ha conocido la política española? Observen el desahogo: el que anunció el levantamiento de un muro durante su discurso de investidura, el fiel seguidor de los cordones sanitarios de Rodríguez Zapatero, es quien pide a sus secretarios políticos acabar con la crispación, cual si ésta no fuera otra cosa que la discrepancia y el ejercicio legítimo de oposición. El que ha mentido en todo, a todas horas y a todos sus semejantes, pide, nada menos, que se honre cada uno de los compromisos que se establezcan con la ciudadanía. El que se ha negado a pactar un solo acuerdo con sus oponentes, cimentando su discurso en un permanente No, habla con absoluto cinismo de ejercitar el noble empeño de la mano tendida. Ciertamente nos encontramos ante un caso de ausencia de vergüenza que bien podría encajar en algún cuadro patológico digno de estudio y posterior diagnóstico.
El cinismo político no remite, evidentemente, a la escuela cínica griega del siglo IV a. C., que basó su existencia en el culto a la sencillez. Antístenes o Diógenes precedieron al estoicismo, pero nada tienen que ver con aquél que ha hecho de su vida una exaltación a la otra definición de cinismo, la que retrata al que miente con descaro, al que lo hace de forma desvergonzada. Imagino que después de redactar esas consignas a sus ministros, Sánchez procedió a soltar la misma carcajada histriónica con la que decoró la intervención de Núñez Feijóo durante el pasado debate en el Congreso, la carcajada del Jocker, la risotada que venía a suponer, por lo leído, la «mano tendida y la lucha contra la crispación».
Esto no ha hecho más que empezar. Nada menos que un caníbal dando lecciones de dieta vegetariana. Honrar la palabra dada dice el tío…