LUIS VENTOSO – ABC

· Tras los atentados hay muchas cosas que dan que pensar…

Tras el golpe de dolor de los atentados de Cataluña llega ahora la tristeza añadida de observar varias anomalías específicamente nuestras. He vivido en Inglaterra toda su ola de matanzas islamistas. El cierre de filas, el patriotismo, fueron absolutos. Siento decir que jamás escuché allí en televisión alguna nada remotamente parecido a lo que vi en la tarde del viernes en una de esas cadenas españolas al rojo vivo.

Con la herida de las Ramblas y Cambrils todavía abierta en canal, un tertuliano se aprestaba a recalcar que «España es una gran exportadora de armas». Su mensaje implícito venía a ser que si nos matan es porque algo hacemos mal… Nadie dio réplica allí a tan atroz argumento. Nadie criticará tampoco en alto al grupo mediático de ideología variable que da cobijo a tales disparates que van minando a diario la cordura del país, porque el empleo escasea y la vida es larga, y quién sabe si un día necesitaras su favor para mantener el condumio, o para arañar unos votos… Por supuesto en esas televisiones lo sucedido en Cataluña es solo «terrorismo», sin especificar, jamás yihadista o islámico, pues sería vulnerar la corrección política.

El presidente de la Comisión Islámica de España, el señor Ryai Tatari Bakry, es un hombre de apariencia serena, razonable y occidental. En una entrevista en un periódico disculpa el extremismo que se predica en casi doscientas mezquitas españolas, germen que calienta los cerebros de jóvenes musulmanes suburbiales, que luego se lanzan a una violencia de espita religiosa: «El salafismo puede ser una doctrina un poco radical, pero no es lo mismo radicalismo que radicalidad violenta. Radicalismo es cuando alguien se agarra a lo suyo pero no hace daño a nadie». Demoledor. Según la teoría de este ponderado líder musulmán, predicar el explícito rechazo a los valores occidentales, la sumisión de la mujer y el rigorismo medieval de la sharia no tiene consecuencia práctica alguna, viene a ser algo así como promover la sardana o la muiñeira.

Los medios españoles destacan ampliamente la colaboración de los Mossos y Guardia Civil, lo cual revela el grado de degradación del Estado que hemos alcanzado: se aplaude como algo extraordinario que ante una gravísima ofensiva terrorista en la segunda ciudad de España las Fuerzas de Seguridad cooperen y no se torpedeen.

La primera víctima identificada de los horribles asesinatos de las Ramblas ha resultado ser Francisco López Rodríguez, de 57 años, tornero de profesión, que paseaba por allí disfrutando junto a su mujer, Roser, y otros familiares, entre ellos un sobrino nieto de tres años al que mataron. Francisco, Paco para los suyos, vivía en Rubí, a las afueras de Barcelona, pero había nacido en Lanteira, pueblo granadino de 700 habitantes. Su familia emigró en los setenta, buscando oportunidades en la España próspera, y se quedaron para siempre en Cataluña, su tierra. Cataluña se ha forjado con millones de historias similares. Pero hoy una obsesión xenófoba, que auspician hasta algunos hijos y nietos de aquellos emigrantes, postula como bueno algo tan delirante como que Barcelona y Granada sean países diferentes. Apena tanto asistir a nuestra galopada a la decadencia.