- Le llamaban el ‘okupa’ de la Moncloa. Ahora ha devenido en profeta del negacionista. Carente de ética y desprovisto de moral, basa su estrategia en ignorar la realidad
Llegó a la Moncloa a caballo del ‘No es no‘ y ha derivado en el más furibundo predicador contra lo que él denomina negacionismo. Una metamorfosis de vértigo. Es como si mañana Ancelotti se convierte en el apóstol de la posesión o a Almodóvar le da por rodar un remake de Molokai. Desgastados por el uso extremo aquellos términos de ‘ultraderecha’, ‘fascista’, ‘franquista’, Sánchez se ha aferrado al vocablo del ‘negacionismo’ como eje de sus reproches a la oposición.
Los escribas de la Moncloa, en esta etapa post-Iván, conceptista y austera, le han endilgado al presidente este palabro, lo de ‘negacionista’ para, al hilo del escándalo Djokovic y otros antivacunas, hacerle un traje al PP que encaje bien en estos días de pandemia y urnas. «Cuando no tengas una idea, inventa una palabra», decía el Fausto de Goethe. Los 100.000 asesores del presidente no andan, a lo que se ve, sobrados de ideas. Más colmados están de problemas.
Por eso han recurrido a esto del ‘negacionismo’, un burdo truco de emergencia, para salir del paso, para contrarrestar la pifia del chuletón de Garzón. Igual que la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, ‘pone en valor’ con insistencia enfermiza cualquier argumento que se le viene a la cabeza en su ardua lidia bisemanal con los medios, así Sánchez se ha aferrado el término en cuestión y lo ha hecho suyo, cual si fuera el Falcon, la Mareta u otros apreciadas propiedades del Estado.
Recurrir a este adjetivo, blanqueado ya en su profusa utilización contra los cruzados antivacunas, resulte, en boca de un primer ministro, tan chirriante como ofensivo
«Hay un negacionismo político», clama Sánchez cuando el PP refunfuña porque los fondos europeos sólo llegan a las regiones socialistas y similares. Cierto que los tribunales dirimirán si Ayuso y sus cofrades tienen o no razón en este punto. Pero mientras tanto, Sánchez les endilga el estigma de ‘negacionistas’, usado tradicionalmente para definir a quienes banalizaban aquellos hechos de espanto. Recurrir a este adjetivo, blanqueado ya en su profusa utilización contra los cruzados antivacunas, resulte, en boca de un primer ministro, tan chirriante como ofensivo.
Todo vale en precamapaña, hasta poner en danza estrategias tan ponzoñosas, amén de arteras porque porque, como decía en un lúcido tuit el economista Carmelo Tajadura, colaborador de Vozpópuli, puestos a buscar esos negacionistas políticos de los que hablan, Sánchez tiene bien cerca a la número uno de la especialidad. Nadia Claviño es, en este terreno, figura ejemplar del negociado del ‘no es no y absolutamente no’. Todo lo niega, todo lo refuta, todo lo rechaza, hasta las verdades más evidentes, hasta los datos más contrastados. Es un prodigio de la trola.
Sin pestañeos ni mohínes, sin muecas ni titubeos, niega las previsiones que, desde hace semanas publican todas las instituciones de relevancia, nacionales y extranjeras, sobre nuestro tenebroso escenario económico. Ni OCDE, ni FMI, ni Funcas, ni BBVA, ni BCE, Banco de España, ni Cámara de Comercio, ni Airef, ni siquiera la meteoróloga de la Sexta, infalible en sus previsiones y en sus outfits, tan espectaculares. Nada de lo que dicen se acerca a la realidad, según la repetitiva tonadilla de la vicepresidenta, prodigiosa fabuladora a la que apenas alguien ya cree. Su sola presencia mueve a la risa y hasta al sarcasmo. Calviño, empeñada en juguetear con los números negros y rojos como si estuviera en el casino de Torrelodones, es la consumada encarnación del negacionismo rampante y cobarde.
El PP boicotea al Estado. El PP boicotea los fondos europeos. El PP boicotea a los españoles. No está mal, carece de vuelo ideológico pero resulta efectivo y fácil de tararear, como un estribillo punk de los setenta.
Los escrutadores de los efectos especiales de la Moncloa han colegido, sin embargo, que esto de ‘negacionista’ es una palabra es demasiado larga, poco eufónica, no cabe en los titulares y hay una ministra a la que le cuesta trabajo pronunciarlo. La misma que dice ‘Uropa’. De modo que, para remachar el clavo, se han sacado de la manga lo del ‘boicot’, que tiene efectos más contundentes, es sustantiva, aguda y termina en una consonante con ecos de martillazo. El PP «boicotea» al Estado. El PP «boicotea» los fondos europeos. El PP «boicotea» a los españoles. No está mal, carece de vuelo ideológico pero resulta efectivo y fácil de tararear, como un estribillo punk de los setenta.
Ha de complementarse, eso sí, con la apuesta por ‘devolver la dignidad a nuestros compatriotas, a los trabajadores jóvenes y mayores’, que invocaba Sánchez ante Olaf Scholz, su huésped alemán de este lunes, quien se quedó pasmado ante el rostro de amianto y el verbo de granito de su anfitrión cuando hablaba de fiscalidad y socialdemocracia. Quizás algo sepa Sánchez de quién ha hurtado esa ‘dignidad’ a los trabajadores españoles..
Quizás algo tenga que ver en que España sea el país que peor está emergiendo de la crisis sanitaria, con mayor desempleo de la UE, con más menores de 40 años en paro y con un menor crecimiento desde que este PSOE Frankenstein llegó al poder. Negacionismo, boicot, devolver la dignidad… Un revoltillo conceptual con olor a fritanga, un mejunje espeso y desparejo, un argumentario elemental incapaz de convencer siquiera a un conserje de Ferraz.
La reacción de la derecha no se ha hecho esperar y, así, Pablo Casado, al objeto quizás de sonar un poquito a Ayuso, ha desempolvado lo de la ‘izquierda caviar’, un platillo rancio y viejuno, cuyos máximos representantes deben haber transitado hace ya siglos del asilo al purgatorio, con algo de Silvio y Benedetti como telón de fondo. Bien fácil lo tenía el líder del PP. Bastaba con afirmar que si para Sánchez es negacionista todo aquel que reniega de su proyecto de devastación económica, destrucción de la convivencia y voladura del orden constitucional, por supuesto que él es negacionista.
Y lo es el PP. Y todos los demócratas de este país. Y la mayoría de los españoles que, salvo los paniaguados, los amorrados al presupuesto y quizás, también, Begoña, reniegan del sanchismo y de cuanto significa. Negacionista de Sánchez y de su cuadrilla es todo quisqui. Atentos a las urnas que ya llegan. Y atentos a Scholz, de quien depende el futuro del calamitoso artefacto que se hace pasar por Gobierno de España.