DAVID GISTAU-EL MUNDO
EN ADELANTE, cuando aparezca en una reunión de amigos o la oiga hablar en un bar, sea usted muy delicado en el trato con cualquier persona que diga que todavía vota y cree en la fiesta de la democracia que entre todos nos hemos dado. Para empezar, no la humille en público estallando en sonoras carcajadas: usted también fue imbécil alguna vez y hasta se hizo acompañar al colegio electoral por su hijo menor para iniciarlo en las liturgias democráticas, lleno el ánimo de confianza en el sistema y en el porvenir. Nada de risas, por tanto. Ni aunque detecte agravantes tales como estar convencida la persona de que existen en el parlamento unos apóstoles en sandalias, comunistas primitivos, que predican la pureza moral y tienen poderes taumatúrgicos para sanar las desviaciones de La Casta y del bipartidismo. Bueno, si aún queda alguien que cree esto, puede usted reírse en su jeta.
No existe un protocolo médico para auxiliar al votante en lo que tarda en llegar la ambulancia. Recomendamos abrazarlo fuerte, darle cariño, calmarlo y, discretamente, comprobar si su confianza en la política profesional es debida a una ingestión de psicotrópicos o a algún tipo de afección cardiovascular, como un coágulo en el cerebro. En cualquier caso, evítele durante esos primeros instantes, que son críticos para la posterior recuperación intelectual, choques con la realidad demasiado fuertes y panglossianos.
Al fin y al cabo, hay síntomas patológicos peores que los del ciudadano español que todavía va a votar, estando éste bastante mal. Fíjense, por ejemplo, en la intervención de Pedro Sánchez cuando salió a explicar las razones del gatillazo nacional. Estamos ante un hombre que saboteó adrede la legislatura por instinto táctico pero que, compungido, adjudica la culpa a todo tipo de malvados exógenos. Un delirante mesiánico que está convencido de que trae la perfecta felicidad socialdemócrata para ofrendársela a los españoles. Pero, entre que éstos no votan lo que les conviene por más que se les dé una oportunidad detrás de otra para votar bien, y que los demás actores políticos sólo son conjurados que entorpecen los milagros de nuestro salvador, resulta que el pobre Sánchez, víctima de la incomprensión de quienes no saben lo que hacen, sale entristecido a regañarnos y a advertirnos de que no tenemos ni idea de lo que nos perdemos por no encomendarnos a Él cantando hosannas.