Miquel Escudero- Catalunya Press
- “Símbolo e instrumento de integración política”, el Rey debe ser factor moderador de una posible deriva cesarista
Hace pocos días, el domingo anterior a Navidad, la Familia Real hizo una visita privada a Catarroja. Fue una visita sorpresa que cautivó a los catarrogins y les llenó de alborozo. Valoraron el gesto de Felipe VI y Doña Letizia: llevarles cercanía, respeto y cariño. Desentonó la reacción de la alcaldesa (del PSPV), una abogada que expresó su malestar porque no le hubieran informado (era una visita privada) y porque hubieran ido al Mercado municipal (una zona ‘más operativa’, dijo), presuponiendo que con el objetivo de aparentar “una cierta normalidad que no es real”. Hay que ser necia para hablar de este modo o, simplemente, es mala fe.
No soy monárquico, soy pragmático. Mi posibilismo está orientado hacia el bien común. Leo El Rey (Tecnos) –libro compuesto por tres dictámenes sobre la Constitución Política de España- de Manuel García-Pelayo. Fallecido en 1991 y nacido en 1909, este eminente jurista fue el primer presidente del Tribunal Constitucional de nuestra democracia; precediendo a Francisco Tomás y Valiente, asesinado por ETA en su despacho de la universidad. Participó como voluntario en la Guerra Civil y la República le concedió la Medalla al Valor. Tras la victoria de Franco, no huyó y pasó por varios campos de concentración y cárceles. Tras ser puesto en libertad en 1942, dio clases particulares y escribió. Luego el director del Instituto de Estudios Políticos, Javier Conde, le ofreció dar unos seminarios. En 1951 decidió irse a América, donde pasaría unos treinta años, básicamente dedicado al mundo universitario: Argentina, Puerto Rico y Venezuela.
Siempre abierto a todo lo que le pareciera valioso y dispuesto a reconsiderar sus posiciones, el profesor García-Pelayo afirmaba que era insensata la creencia ideológica de que proclamar la bondad de la racionalidad abstracta es suficiente para que las cosas se sometan a ella. Al concretar y moldearse según las circunstancias, la racionalidad histórica es superior. En un dictamen escrito en Caracas, en otoño de 1977, señaló que la figura del Rey contiene algo de misterioso “más allá de sus funciones específicas y concretas dentro de un orden político, tiene algunas que son intelectualmente inasibles y jurídicamente informulables, y cuya significación depende de las cualidades personales del portador de la Corona, del sistema de creencias vigente y de las circunstancias en las que tenga que moverse”. Veía su papel como clave en el impulso del proceso democratizador de España, un actor fundamental. Y apuntaba a la Corona como la clave de bóveda del sistema constitucional, centrado en una monarquía renovada y adaptada al cambio de los tiempos.
Para García-Pelayo, elaborar la Constitución tras la dictadura franquista era una tarea apremiante e importante a la vez. Advertía que se trata de un texto con una unidad interna y que “la realidad puede ser más rica que la previsión y generar situaciones imprevistas a las que haya que responder con medios imprevisibles”. Avisaba de que podrían venir riesgos para la Constitución “del abuso de los derechos constitucionales por partidos, grupos o personas con la intención manifiesta de destruir la totalidad del orden constitucional”. Hoy día, es el caso de quienes sostienen el Gobierno que preside Sánchez. No importa lo que éste diga, sino lo que sus socios repiten día tras otro.
“Símbolo e instrumento de integración política”, el Rey debe ser factor moderador de una posible deriva cesarista. No ha de ser beligerante, sino neutral. Pero no debe ser neutralizado. Le corresponde guardar y hacer guardar la Constitución. Felipe VI la juró y su comportamiento está siendo ejemplar. García-Pelayo refería la legitimidad funcional de la Corona como un principio dinámico y mutable. Le atribuía una ‘reserva de poder’ que puede ejercer en situaciones excepcionales. El jurista zamorano detallaba que “la Nación no debe ser concebida solamente como la común participación en unos mitos y valores ideales, sino también en la riqueza nacional creada por el esfuerzo de todos los españoles”. Fuera del esencialismo, dentro de la realidad social.
El catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense Eloy García ha loado hace poco la Constitución de 1978: “está viva y lo que es más importante llena de viveza”. ¿Por qué? Porque “contiene potencialmente soluciones efectivas para afrontar con espíritu de solución los problemas de la vida actual”. Y quienes buscan sustituirla sólo ofrecen la alternativa de destruir sin construir.
Más allá de los partidos políticos al uso, se necesitan ciudadanos que militen con claridad en pro de la democracia liberal, serena, lúcida y vigorosamente.