Hay que ver, qué desgracia más grande tenemos con el PSOE, mayor aún que la del PSOE con sus figuras. Hablamos de Félix Bolaños, un suponer, que ayer se ponía farruco y jaquetón con el líder de la oposición, a quien acusaba de “tratar de controlar la democracia por la puerta de atrás”. En esto, Bolaños practica la alteridad de todos los golpistas: acusar a los demás de querer hacer lo que ellos están realizando: atacar por la puerta de atrás la democracia y su máxima expresión legal, la Constitución, a las que ellos han puesto mirando a Málaga, dicho sea sin afán de señalar. Ya embalado, el ministro de la Presidencia, ha pespunteado primorosamente la amenaza al Constitucional: “No quiero ni imaginarme las consecuencias de que mañana el TC adoptara una decisión en línea con la maniobra que está adoptando el PP. Serían consecuencias graves para la separación de poderes, para la normalidad institucional, para la soberanía popular y el sistema democrático. Confío en que mañana el Constitucional adopte una decisión justa y con arreglo a la ley”.

Núñez Feijóo y el PP son los objetivos inmediatos de Bolaños y Sánchez. Los mediatos son los magistrados del Constitucional. Pedro Sánchez, ese golpista fofo, se fue el jueves a Bruselas para denunciar a la derecha por lo que estaban haciendo sus diputados en el Congreso. Acusar a la oposición de dar un golpe de Estado por plantear al Tribunal Constitucional un recurso de amparo absolutamente legítimo  es una bellaquería pocas veces contemplada en nuestra vida política. Mención aparte merece Felipe Sicilia, un madero (que bien le cuadra la polisemia), hijo de guardia civil, con su perversa analogía entre los tricornios de Tejero y las togas de los magistrados del Constitucional. Qué festín se daría con este sujeto un congreso de psicoanalistas lacanianos.

Patxi López ya criticaba la manifestación convocada por las víctimas del terrorismo y el PP contra la legalización de Bildu en abril de 2011 como “un intento de presionar al Tribunal Supremo”, mientras él presionaba al T.S. como una vida mía mientras éste empezaba a deliberar: “La Justicia tiene un papelón”. El Supremo había ilegalizado las 254 listas de la coalición abertzale para las elecciones municipales del 22 de mayo, pero el recurso contencioso-administrativo de Bildu contra la sentencia fue  acogido favorablemente por el tribunal de garantías. El Constitucional que legalizó a Bildu estaba compuesto por once miembros y votaron a favor del recurso abertzale Pascual y sus pascualillos, seis contra cinco. En aquella ocasión hubo una cuestión notable: un magistrado progresista, Manuel Aragón Reyes, que fue uno de los cinco votos contra el recurso batasuno. Él ha publicado en estas páginas dos de los mejores artículos que se han escrito sobre el asunto que nos ocupa.

Hoy, dentro de un rato, se van a reunir los once miembros del Tribunal Constitucional, pero no hay entre ellos ninguno como Manuel Aragón. El optimismo de la voluntad le llevaría a uno a pensar que aunque los jueces no llevan tricornio, como parece creer el membrillo de Sicilia, puede pensarse que unos jueces podrían formar el pelotón spengleriano capaz de salvar la civilización, pero tal como van las cosas no sé si se puede creer en milagros.