Editorial, EL MUNDO, 1/7/12
EL 1 DE julio de 1997 la Guardia Civil liberaba a José Antonio Ortega Lara después de permanecer 532 días secuestrado por ETA. Todavía emociona ver las primeras fotografías tras su cautiverio y todavía repugna recordar la actitud de su carcelero, que una vez capturado se negaba a admitir la existencia del zulo que escondía al funcionario de prisiones y prefería que muriera por inanición. Fue un auténtico «chantaje», como recuerda el jefe del operativo que liberó a Ortega, del que salió ganador el Estado de Derecho. Diez días después, ETA se vengaba de esa derrota asesinando a sangre fría al concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco.
Pero en aquellos días inolvidables de julio el Estado empezó a vencer a ETA. Como afirma el rescatador de Ortega, hoy jefe de operaciones de la Guardia Civil en la lucha contra la banda terrorista, aquella ETA que tuvo «contra las cuerdas» al Estado durante años «ya no volverá nunca». Hoy, cuando la banda ha dejado de atentar, es conveniente recordar que hemos llegado a esta situación gracias a la lucha tenaz del Estado por erradicar la violencia etarra con todos los medios a su alcance. El eficiente acoso policial a los terroristas y la estrategia judicial encaminada a separar a los filoetarras del juego político han tenido el fruto deseado.
Pero sentencias como la reciente del Tribunal Constitucional que legaliza Sortu, la organización «gestada, alentada y tutelada» por ETA, según el Supremo, provocan retrocesos, esperemos que no irreparables, en la lucha contra quienes siguen formando una trama que reivindica la utilidad que para ellos tuvo el terrorismo. No debemos olvidar que los secuestradores de Ortega Lara y el asesino de Miguel Ángel Blanco siguen ahí –en la cárcel, afortunadamente– y ni se han arrepentido ni han manifestado su intención de renegar de la violencia. Como la mayoría de los etarras, que se niegan a abjurar de su pasado, y de las organizaciones de la izquierda abertzale, que no condenan barbaridades como las cometidas entonces.
Es cierto que la Policía mantiene su acoso a la banda y las últimas detenciones son el mejor ejemplo de ello, pero es doloroso ver cómo una actitud acomodaticia con la nueva estrategia de ETA puede hacernos perder buena parte de lo que logró la fortaleza del Estado de Derecho.
Editorial, EL MUNDO, 1/7/12