Carlos Souto-Vozpópuli
- Feijóo no será Churchill. Ni falta que hace. Con no ser Rajoy, ya vamos avanzandon
Como pasa con Voldemort o con cierto exfutbolista que se fue a Arabia por una montaña de petrodólares, todo el mundo sabe de quién hablamos. Sigue ahí. Se aferra al sillón con la misma desesperación con la que un gato mojado se aferra a una cortina. El problema es que ya no hay cortina.
La cosa es seria, aunque parezca una comedia de los hermanos Marx. Pero sin genio. Lo que tenemos es una tragicomedia involuntaria, donde el protagonista se ha quedado sin reparto, sin guion y, lo peor de todo, sin público.
En Europa, en cambio, la orquesta ha dejado de tocar su tonta melodía 2030. Y el Cuerpo de España se pasea perdido por los pasillos de Bruselas, como ese invitado que llega dos horas tarde a la fiesta, con una botella de vino barato, y se ofende porque ya no queda comida.
Mientras tanto, el gobierno se sostiene con alfileres. Pero no buenos alfileres, alfileres oxidados, comprados en un chino que cerró durante la pandemia. Aun así, insisten en defender el legado. Ese concepto flexible que puede incluir desde una ley de bienestar animal que te obliga a contratar terapeuta para tu canario, hasta un pacto fiscal con una formación que no cree en el Estado.
Mientras él revisaba la hoja de ruta, el gobierno se fue directamente por el barranco. Y eso, hay que decirlo, lo ayudó enormemente.
Sin embargo, algo ha empezado a cambiar.
En medio de estas zarzuelas a oscuras, una pequeña luz comenzó a titilar. Fue tímidamente, allá en Sevilla, cuando apareció Feijóo. Con su voz serena, su tono de registrador civil y esa convicción gallega de que, si se puede evitar un conflicto, mejor se lo evita. Lo eligieron. Le dieron las llaves de un coche chocado. Y él, en vez de acelerar, se puso el cinturón, ajustó los espejos, dudó, dio un par de vueltas, no encontraba el camino… Pero el tiempo, que parecía perdido, sirvió. Porque mientras él revisaba la hoja de ruta, el gobierno se fue directamente por el barranco. Y eso, hay que decirlo, lo ayudó enormemente.
Feijóo no será Churchill. Ni falta que hace. Con no ser Rajoy, ya vamos avanzando. Después de una etapa inicial en la que parecía más un árbitro de curling que un líder opositor, empezó a moverse. A hablar más claro. A decir cosas que tocaban nervio. A sentarse con los suyos. A limpiar un poco la casa. Poco por el momento, sí. Pero algo. Que ya es más que nada.
Llenó una Plaza España inútilmente, pero luego, la liturgia partidaria parece haber llegado en el momento justo y algunas cosas buenas comienzan a pasar.
Primero: sumó a Cayetana. Que no es una incorporación menor. Imaginemos la escena: tú, presidente de un partido que no te deja dormir, desayunabas mirándole la cara a Cuca. Hoy te comes un pan con tomate escuchando a Cayetana. No hay nada que pensar. Es otro mundo. La ovación que recibió al ser nombrada, indica que las bases del PP ya no quieren más tibieza. Para un partido acostumbrado a portavoces de medio pelo —que ni explicaron nunca por qué perdieron una elección ganada—, tener a alguien que habla con claridad, coherencia y vehemencia es como pasar del blanco y negro al 8K multicolor. Cayetana dice cosas incómodas, sí. Pero también dice verdades. Y en la política actual, eso es revolucionario.
Segundo: Logró que Ayuso, la figura con más tirón popular de la centroderecha le dijera públicamente: “Tuyo es el partido, vamos a estar en todo momento a tu lado”. Eso, en el universo pepero, es lo más parecido a un beso en la boca. No fue una señal débil. Fue una bendición. De las que hacen historia.
Y ahora viene la parte difícil.
Y si no negocia —más concretamente, si no habla con Abascal como un adulto y no como un notario puntilloso que le tenga miedo a los adjetivos— todo puede irse al traste.
Feijóo puede tener una segunda oportunidad. Pero no va a tener mayoría absoluta. Es mala esa idea que le han dado de que vaya por ella valorándola en diez millones de votos, blasonando de tenerla cerca, dando voces y pidiendo apoyos imposibles. Si la consiguiera sería otro cantar, pero no la tendrá. Ha cometido errores que le han regalado fuerza a Vox en sus primeros meses como presidente del partido. Y si no negocia —más concretamente, si no habla con Abascal como un adulto y no como un notario puntilloso que le tenga miedo a los adjetivos— todo puede irse al traste.
¿Es fácil negociar con Abascal? ¿Es cómodo? No lo parece. ¿Es necesario? Sí. Porque el votante de centroderecha ya no quiere explicaciones sobre por qué la izquierda sigue en el poder. Quiere que cambien las cosas. Y son muchas las cosas que hay que cambiar.
Cambio de rumbo brutal
Hará falta una fuerza aplastante. Un triunfo rotundo. Un grito social de hartazgo que provoque un silencio repentino. Una pausa. Un intermezzo que detenga esta sinfonía enloquecedora que aturde a las familias que no llegan a fin de mes, que no consiguen piso, que estudian para entrar educadamente en el paro juvenil más alto de Europa, que temen por la seguridad de sus casas, de sus hijas, de sus calles y de sus coches.
Hace falta un cambio de rumbo brutal, masivo, largo y trabajoso.
Y si para lograr eso hay que darse un beso… dense el beso, señores, de una vez.