TOCA hablar de Posemos. Es verdad que Pablo Iglesias está muy sobrevalorado intelectualmente hablando, pero si uno escucha con atención a sus novias, le encontrará con seguridad una circunstancia atenuante o dos. La primera es el amor, también les ha pasado a Inés Arrimadas y Meritxell, mi Meritxell, que quiere hacer pagar a Rajoy el fin de su matrimonio transversal. Si una de ellas ha leído La ciudad mágica de Thomas Mann, ¿por qué no va a confundir él a Newton con Einstein? La segunda son los medios de comunicación que les han repartido etiquetas de intelectuales a voleo, pero ese es un problema de los medios, no de Iglesias.
Este fin de semana, se ha reunido con los suyos: él, su besucón del hemiciclo, el zangolotino, el científico de chúpame la minga y Carolina Bescansa, en plan nota de color. Era la cena de los mendigos de Buñuel en Viridiana. Sólo faltaba Manuela Carmena en el papel protagonista, una Silvia Pinal mal envejecida y pintada por Francis Bacon. «La señorita es muy buena, pero un poco chalá», decía la mendiga Enedina que encarnaba Lola Gaos.
Hay que hablar de Podemos y de sus modelos: la Venezuela de Maduro, a la que el sátrapa ha sumido en la pobreza, la corrupción y el crimen: 43 asesinados por los chavistas y de los que culpa a Leopoldo López. También hay que hablar de Tsipras y del 30% del recorte en las pensiones de los jubilados. «¡Espera, Alexis, que ya vamos!», decía Iglesias a su colega, que gasea a los jubilados cuando protestan. También les pone Evo Morales, que inspiraba tuits emocionados a Errejón, el mismo mes que convertía a Bolivia en el único país del mundo en legalizar el trabajo infantil a los 10 años.
Reprocha Pablo Iglesias a Errejón y los suyos que no tienen «ni puta idea de Laclau y lo utilizan para defender una cosa y su contraria», añadiendo que «me encantaría que por esa puerta saliera Laclau y dijera que no tenéis ni puta idea de lo que estáis diciendo de mí». Eso lo ha copiado a Woody Allen de Annie Hall, cuando McLuhan hacía un cameo para taparle la boca a un pedante.
¿Defender una cosa y su contraria? Pablo Iglesias se niega a ir al Palacio Real por la fiesta nacional, cómo va a comer canapés en una España que recorta, cómo va a hacer el amor con el hambre que hay en el mundo. Otra cosa es vestirse de smoking para comer los canapés en la gala de los Goya. Es el mismo tipo que se proponía dar una rueda de prensa conjunta con la Reina Letizia; «ella es también muy buena comunicadora», le decía a Jordi Évole. No tengo para olvidar su vídeo de exaltación de la guillotina como gran mecanismo de la democracia. Su novia de entonces jaleaba en Twitter: «Una familia real de gatillo fácil y huesos débiles sólo tiene una salida #guillotina». Ésta es ahora del bando errejonista. Quien la sucedió en el corazón del sultán, Irene Montero, tuiteaba hace tres años: «#FelipenoserasRey que vienen nuestros recortes y serán con guillotina». La guillotina también gustaba mucho a Monedero, a un par de concejales de Carmena y a un diputado de Valladolid, que es muy mañoso para hacerlas de juguete y venderlas por correo.
Una cosa y su contraria: «Es repugnante que algunos utilicen el dolor de las víctimas de ETA para ganar votos», decía en TVE hace menos de 15 meses. Este fin de semana había cambiado de opinión: «Debemos politizar el dolor, que el dolor se convierta en propuestas para cambiar la realidad».
Cinco millones de españoles que se horrorizan (justamente) con Trump votan a un tipo que exige cavar trincheras e infundir miedo y no pasa de Cantinflas interpretando El siete machos.