- Si el PP sólo apuesta a la corrupción sin ofrecer ilusión de futuro, lo que se consigue es alimentar la frustración y el cabreo, provocando un voto de castigo que va a los partidos capaces de capitalizar el cabreo.
Huele a elecciones en España. Ese aroma que se parece al otoño, la estación más literaria, que trae consigo la melancolía, el aire fresco y la nostalgia.
Pero a mí no me huele a hojas en el suelo, humo en el hogar y castañas asadas en la Gran Vía. Me huele a tiempos rancios que nada tienen que ver con el discurrir natural de las estaciones. Apesta a sótano cerrado, a cerilla encendida o a embrague quemado. A sensación de amenaza.
No hay mucho que adivinar y lo que se nos viene va a ser el clamor de una incomprensión. Nadie entiende por qué sigue Pedro Sánchez ahí y esto produce mucho malestar. Esta pregunta sin respuesta se ha convertido en desesperación, y la desesperación en cabreo y frustración.
Se nos vienen tiempos de resentimiento, y la representación del malestar siempre presenta una cara muy fea. La pregunta más repetida en estos años por el votante que no sea un sanchista furibundo es: «¿pero por qué no se va?».
Para una inmensa mayoría es tan evidente que cualquiera de las tropelías cometidas por Sánchez sería suficiente para tumbarle inmediatamente, que no puede dar crédito a que todas juntas no lo hayan hecho ya.
Pactar con independentistas y antiguos terroristas; aprobar la peor ley de la historia de la democracia, como es la Ley de Amnistía; dejar indefensas a las mujeres con leyes como la del sólo sí es sí; la Ley Trans contra la seguridad de los menores; dos secretarios generales del partido envueltos en casos de corrupción; el deterioro del Parlamento; la prórroga indefinida de los Presupuestos Generales; la persecución a la prensa; el emponzoñamiento de la conversación pública; las cartas a la ciudadanía; los guiños a China; el abandono del pueblo saharaui; la kale borroka durante La Vuelta; y las sospechas más que fundadas de una corrupción de partido sistemática y premeditada, forman una lista larga, demasiado larga, como para hacer perder la paciencia a cualquiera.
Pero nada más, no sirven para nada más que para dar alas a los antisistema de derechas.
A día de hoy las encuestas de estimación de voto indican, aunque discrepen en porcentajes, que en el último momento es posible que la lista más votada sea la del PSOE; que el PP quede cerca de Vox; que haya sorpaso en algunas provincias; y que la suma de la derecha para obtener mayoría absoluta sea poco probable.
Indican también que el voto de la izquierda está reunido en el PSOE, con la defunción más que visible de Podemos y Sumar, y la consiguiente ventaja competitiva que esto dará al PSOE.
En el bloque de la derecha está todo por resolver, con un trasvase de votos del Partido Popular hacia Vox imparable, una derecha catalana radical que marca tendencia, y un descrédito de los partidos liberales tradicionales en aumento.
Si se confirman estas tendencias, y si no pasa nada extraordinario que provoque un giro de guion, todo indica que es un buen momento para Sánchez para convocar elecciones. Sólo podría retenerlo esperar a que el Partido Popular se erosione todavía más en los territorios, que Vox se fortalezca un poco fuera de Madrid, y que los juicios pendientes tarden en celebrarse.
Pero la fruta ya está madura y Sánchez controla los tiempos.

A mí solo me queda felicitar a los estrategas de la derecha que lo apostaron todo a la corrupción y al mantra encandilador de «la derecha suma». Dos errores imperdonables de una derecha liberal que pasarán por el cadalso de la historia.
El primero, la corrupción, porque es sabido que en nuestro país la corrupción no tumba gobiernos. Sólo desmoviliza votos y desacredita, pero no produce giros electorales significativos si no va acompañada de programa alternativo y liderazgo.
Pero si sólo se apuesta a la corrupción sin ofrecer además ilusión de futuro compartido, lo que se consigue es alimentar la frustración y el cabreo, provocando un voto de castigo y reactivo que va directamente a los partidos que son capaces de capitalizar el cabreo.
Es decir, los partidos antisistema.
La corrupción para los estrategas de la derecha ha sido el pretexto perfecto para no hacer nada de lo que tenían que hacer porque lo confiaron todo a una carta perdedora. Lo único que se ha conseguido es enfurecer y desesperar al votante propio, y criar cachorros antisistema.
Y lo de «la derecha suma», que es no haber aprendido nada de la maldita foto de Colón, significa que la derecha liberal ha fallado en su labor histórica. Y que ahora, fracasada y derrotada, debe retirarse a sus cuarteles generales a digerir lo que se prevé como su peor derrota electoral desde 1978.
Ha sido ingenuo, imprudente y culposo pensar que cualquier cosa valdría con tal de echar a Sánchez. Porque hay una inmensa mayoría de votantes que no traga con esto.
Es incomprensible que el posible votante del PP no sepa con claridad qué piensa el partido sobre Orbán, Meloni, Trump y los Patriotas de Europa, más allá de su rivalidad electoral con algunos de ellos.
De ahí que su giro repentino hacia el nacionalismo identitario con el tema de la inmigración transmita un mensaje alto y claro:
Contra el sanchismo, nos equivocamos. El remedio contra la polarización y el sectarismo no eran las instituciones, la legalidad y la moderación. Tenía razón Vox, tenía razón Trump, tenía razón Milei, tenía razón Orbán, tenía razón Putin. La batalla no es por la institucionalidad, es por la identidad.

O sea, que son los propios demócratas los que han dado por amortizada la democracia liberal, y se ha acabado dando por bueno que, a la derecha de Sánchez sólo queda Vox.
La derecha no sumó nunca, ni sumará. Solo hay espacio para una derecha, y una de ellas hace tiempo que claudicó en lo más importante, que era ofrecer una alternativa de convivencia frente a los rupturistas de uno y otro extremo.
La creencia de que Sánchez caería por su propio peso, alimentada por encuestas defectuosas y análisis deficientes, sumada a la creencia de que Vox había llegado para darle el último empujoncito a los populares, nos ha llevado a un escenario de ruptura con muy mal remedio.
A lo que huelen las próximas elecciones es a un enorme vacío en el centro, y dos propuestas confrontadas que nos llevarán a un periodo más o menos largo de antipolítica.
Ya es tarde, esto es lo que hay y ya no se puede hacer nada de aquí a las próximas elecciones. Huele a quemado. Ya sólo se puede pensar en lo que vendrá después del ahora.