Diego Carcedo-El Correo

  • Pedro Sánchez se declaró cinco días en huelga oficial para distraer a la opinión pública alegando una nueva política menos polémica

Pedro Sánchez, al que siempre hay que interpretar por lo que no dice, se declaró cinco días en huelga oficial para distraer a la opinión pública alegando una nueva política menos polémica, aunque para acabar confesando que todo será para lo que los más conspicuos esperaban, para que nada cambie. Para empezar, por primera vez consiguió unir a todos los españoles, a unos con la esperanza puesta en su dimisión, a otros angustiados ante el temor a que su dimisión les dejase en el desempleo y al resto frustrados ante el sentimiento de los sobrevivientes que se mantienen fieles al centenario partido que cada vez frustra más sus esperanzas.

Empezó calmando especulaciones sobre los días que se tomó para revitalizar sus estrategia alegando que se retiraba a reflexionar, un verbo de frecuente utilización religiosa, en lugar de pasar a la historia equivocadamente como el primer gobernante que se declaraba en huelga olvidando que unos años atrás se le anticipó, convertido en noticia mundial, el entonces presidente de Bolivia, Siles Zuazo, que ante el caos incontrolable que existía en el país se declaró en huelga a imagen y semejanza de lo que hacían los barqueros del lago Titicaca cuando los patrones se empeñaban en limitarles el porcentaje en la pesca que capturaban.

Las razones reales que el presidente de Gobierno le indujeron a dejar la Administración pública a la intemperie no las explicó en su esperado mensaje del lunes. Tampoco reconoció tipo alguno de error a corregir. La culpa, contra la que se rebeló, es la de los ciudadanos que se empeñan en enfangar – qué palabro más feo dicho de paso – la convivencia entre los ciudadanos, es decir entre los que no piensan como él y los que le admiran y elogian, que en buena parte son los integrados en las diferentes administraciones públicas. El problema familiar que ha llevado a su mujer ante los tribunales es una contrariedad, posiblemente infundada, pero hay que reconocer que es una de esas cosas que van incluida en el sueldo y el poder.

Por lo tanto, se acabaron las apuestas. Sánchez tendrá que volver a enfrascarse en la annistía a Puigdemont, que por cierto defendió enseguida su continuidad, con las pretensiones de un referéndum de ERC, del aumento de la recaudación de Hacienda para Cataluña o el reconocimiento como partido ejemplar de Bildu sin olvidarse de aclarar el asunto Pegasus aprovechando las deplorables relaciones diplomáticas que existen con Israel. Ignoro si también reflexionó con la pérdida constante de votantes y sobre el exigüe porcentaje de apoyos que concitó la convocatoria para que no se dejase vencer por la voluntad improbable de dimitir.

Para una decisión tan drástica habrá tiempo: la Legislatura acaba de empezar. El mismo se sentenció, lejos de aprovechar la oportunidad para reconciliarse con una sociedad tan variada y retomar la estabilidad destrozada, se limitó a reforzar la política que nos divide, o mejor que todo siga igual gobernando para que todo se agrave.