Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 29/3/12
E sta huelga de hoy no es una huelga laboral, que la han convertido en cuestión de conciencia. Pocas veces se ha ejercido una mayor presión para secundarla o rechazarla. Primero, la presión política. El propio Rajoy mostró tal disposición a mantener su plan de reformas y ajustes, que equivalió a decir: no os molestéis en paralizar el país, que no cambiaré mi política. Frente al poder de los sindicatos, el señor presidente opone su poder de las urnas. Frente a las razones sindicales, él opone las razones de una economía herida que le hemos encomendado curar. Frente a los derechos heridos de los trabajadores, el Gobierno alega las necesidades generales del país.
Y frente a esa actitud del Gobierno, que no podría ser otra, se sitúa la oposición: el PSOE, que no convoca, pero alienta, e Izquierda Unida, que sí está detrás (y delante) del movimiento sindical. Se ha desvirtuado de tal forma la preparación de esta huelga, que decidir parar o trabajar parece una decisión ideológica, como si los partidarios del paro fuesen todos socialistas o comunistas, y los contrarios fuesen todos conservadores. El mismo esquema se encuentra en la prensa, desde donde se está arriesgando a calificar la huelga como política. ¿Y qué huelga general no es política, desde el momento en que trata de combatir decisiones políticas?
Después tenemos la presión social: esos empresarios que alegan el infinito coste de un día de cierre, en el país de los largos puentes laborales; ese presidente de la patronal bancaria que asegura que el conflicto nos acerca a Grecia y nos distancia de Alemania; esos analistas que aseguran que Rajoy no se merece esto con solo cien días en el Gobierno, al tiempo que afirman que en ocho semanas hizo más que Zapatero en ocho años; esos escribidores que aseguran que los sindicatos no están legitimados después de haber callado ante al crecimiento desbocado del desempleo; ese ambiente de opinión que apela a los sentimientos para justificar la dureza de las medidas oficiales porque el país está en estado de quiebra?
Y el factor miedo. Cuando tanta gente teme perder su puesto de trabajo; cuando el empleado da las gracias por poder trabajar todavía; cuando se ha propagado un miedo irracional a las represalias en la empresa, ¿quién se apunta a una huelga general? El trabajador que esté instalado en la duda de secundar la protesta tiene que tomar una decisión casi heroica. Si decide trabajar, tendrá miedo a los piquetes. Si decide parar, le están insuflando un sentimiento de culpa como si fuese a cometer un delito de lesa patria. Yo me limito a reclamar la libertad. De parar o de trabajar, pero sin tanta coacción.
Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 29/3/12