David Gistau-El Mundo
A DIFERENCIA de Sánchez, Zapatero no gobernó apremiado por la competencia de una fuerza a su izquierda. Aun así, declaró fallida, o al menos incompleta, la Transición, impugnó la Historia y tomó decisiones profundamente ideológicas por culpa de las cuales los españoles parecieron devueltos a un frente del Ebro incruento que habría de librarse en las tertulias, las profesionales y las amateurs del bar de abajo. Algo muy penoso para quienes llegaron a creer que, en el siglo XXI y en el contexto europeo, el tercer español era ya el primero. Qué error: vivimos un tiempo reaccionario en el que la palabra cosmopolita vuelve a usarse como insulto. Falta recuperar «extranjerizante».
Las intenciones de Sánchez acerca del Valle de los Caídos no tienen como objeto únicamente seguir madrugándole a Podemos sus argumentos. Pretenden otra cosa típicamente zapateriana: tender una trampa que provoque en la derecha sociológica, PP incluido, una reacción con la que ésta se autoexcluya retratándose como la define el cliché puesto en circulación por su adversario, es decir, como una reminiscencia franquista incorregible. Impelido por no sé muy bien qué siniestras corrientes internas, el PP ya se retrató como un partido regresivo cuando, aferrado a una endeble coartada etimológica, llenó las calles en compañía de carlistas y legionarios de Cristo para protestar contra un derecho civil, el del matrimonio homosexual, que ha ido convirtiéndose en todas partes en una rutina social que convive con el modelo a lo Alberto Closas de la familia bien, gracias. De igual forma, se avino, tal y como deseaba Zapatero, a volver a reñir la Guerra Civil en el mismo bando del cual llevaba toda la democracia negando procedencia dinástica.
La muleta la mueve ahora Sánchez con lo del Valle, y el PP embestirá, por supuesto, y se mostrará como un defensor de santuarios franquistas cuando ya nadie cree que meterles mano puede provocar inestabilidad en una democracia incipiente. Como antes a Zapatero, a Sánchez se le acusa de intentar despertar el guerracivilismo, así como cierto antagonismo de raíz histórica que se aprovecha de la inocencia original de la izquierda haya hecho lo que haya hecho. Si esto es lo que intenta Sánchez, se puede impedir de una manera muy sencilla: negándose a aceptar con entusiasmo el papel de franquista que la socialdemocracia tiene reservado al PP en esta recreación teatral de dramas que no pueden seguir gobernando nuestras tertulias, y mucho menos nuestras vidas.