Muchas veces he pensado en medio de esta heroica pena que vivimos en que nadie había captado la esencia del alma española como Rafael Azcona. Lástima que su genio nos abandonara el 26 de marzo de 2008, cuando a Zapatero le faltaban aún 15 días para afrontar con éxito su segunda investidura.
En ocasiones me he preguntado qué pensaría el maestro de todo este despropósito que tenemos a la vista y me lo he preguntado con más curiosidad después de ver el esperpéntico aterrizaje del presidente del Gobierno sobre el osario del Valle de los Caídos, donde se juntan los restos de los difuntos de uno y otro bando. En este punto he de hacer una aclaración: desde hace un par de años el nomenclátor oficial llama a este lugar ‘Valle de Cuelgamuros’, pero ha querido la justicia poética que contásemos con la intervención del número Uno junto a uno de sus ministros más improbables, Ángel Víctor Torres, un tipo especializado en mascarillas y en memoria democrática.
Contaba Alsina que Pedro Sánchez se acercó al Valle de los Caídos a “hacerse un NO-DO franquista” y a pesar del respeto que le tengo me veo obligado a llevarle la contraria. Habría tenido un pasar si el felón hubiese leído a los clásicos; podría haber entablado un diálogo con uno de los cráneos mondos y lirondos que allí se le enseñaron como lo hacía Hamlet con la calavera de Yorick en el cementerio: “Pobre Yorick, ¿qué se hicieron de tus burlas, tus brincos , tus cantares y aquellos chistes que animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya de músculos, ni puedes reírte de tu propia deformidad…” Podría haber dicho Alsina que Sánchez se hizo un Hamlet, ¿pero un NO-DO? .¿cuando se le vio a Franco enredar con huesos de difuntos en aquel NO-DO que nos acompañó toda la infancia a los niños de mi generación? Franco se hacía NO-DOs mayormente para inaugurar pantanos. Esto también lo sabía Azcona, que hace 20 años publicó una novela titulada: ‘Las muertos no se tocan, nene’.
Pero Sánchez los toca y los manosea y para dejar constancia de ello ha colocado un tuit en X que arranca con un sofisma: “Sin memoria no hay democracia”. Falta una precisión: sin memoria y sin una prudente administración de los olvidos” se le olvidó añadir aunque quizá creyó comp3nsarlo con “debemos saldar nuestra deuda pendiente con quienes dieron su vida luchando por la libertad y la democracia en España.
Lo que pasa es que los forenses traídos ex profeso para su selfie, no se reunían desde hacía tres meses (7 de enero) y no le llevaron ante los restos de los que dieron su vida por la libertad y la democracia, por usar sus palabras, sino a los que la dieron, en la terminología del otro bando, por Dios y por España. Porque al botarate lo llevaron al osario del primer piso de la capilla del Santo Sepulcro, en el que el 85% de los cadáveres pertenecían al bando nacional y un 10% adicional a los represaliados de la retaguardia republicana por las milicias socialistas, aquella pradera de San Isidro en la que se paseaba cada día a decenas de miembros de lo que Sánchez llamaría hoy ‘la fachosfera’, según cuenta Nuria Richart.
Él siempre dijo que lo nuestro era Largo Caballero. Quizá también Agapito García Atadell, un estajanovista de los paseos, pero al fin y al cabo, qué más da. Los muertos se parecen todos tanto…