Una parte importante de los españoles expresa comprensión para esas víctimas de la voracidad imperialista, empujadas a secuestrar cualquier barco que cruce el océano Índico. Aún nos queda la experiencia de un debate nacional el día en que un soldado de fortuna mate a un pirata que intenta secuestrar su barco. Todo se andará.
Hoy hace un mes que fue secuestrado en el océano Índico el atunero Alakrana. No tenemos la menor idea de cuándo podrán recuperar la libertad los 36 tripulantes que permanecen en poder de los piratas, pero hemos podido conocer la edad del piratilla detenido. Al parecer, el cuarto informe médico ha sido concluyente; la radiografía de la clavícula es una prueba «muy fuerte en su rigor», por decirlo con las alborozadas palabras del ministro de Justicia. El piratín ya es un pirata de ración: tiene 19 años y ocho meses.
Es un consuelo. No ciertamente para los pescadores secuestrados, ni tampoco para sus familiares o el armador del Alakrana, pero nuestros forenses no se han dejado engañar. A la cuarta ha ido la vencida y, después de buscar infructuosamente la edad del tipo en los huesos de la cadera, en la muñeca y en los dientes, la clavícula se ha revelado hueso de santo, que no mano. Como escribía, tras la tercera prueba, un conspicuo bloguero: «Mira que hay 206 huesos en el cuerpo del ser humano y justo van a dar con los que no saben la edad de su dueño…».
No preguntaban a los huesos adecuados ni tienen a una antropóloga como la doctora Brennan, de la serie Bones, que con la taba de cualquier difunto se apaña para determinar la edad, el lugar de nacimiento, los hábitos deportivos si los tuviere y hasta el desayuno que había ingerido la víctima el día a su muerte, además de la causa del óbito, claro.
Otra pena para el juez Pedraz, de la Audiencia Nacional, que deberá pensar ahora si el nivel de fortaleza de la prueba está lo bastante cerca de sus exigencias garantistas o si todavía le queda un argumento en la recámara para devolver a ese pirata al centro de menores: que intelectualmente es muy inmaduro para su edad y que no aparenta más allá de 16 años.
Todo empezó con las prisas de Baltasar Garzón por hacerse con el caso y los detenidos en el esquife. A nadie se le ocultaba que en la perspectiva de una solución dialogada, la orden del juez era un inconveniente notable y no sólo por mosquear a los piratas.
Hay una parte importante de la ciudadanía española que expresa comprensión para esas víctimas de la voracidad imperialista, empujadas a secuestrar cualquier barco, pesquero, de pasaje o petrolero que cruce el océano Índico. El extraordinario prestigio de las tropelías cuando son perpetradas por los peatones de la historia. Un diálogo de Woody Allen, en una de sus películas, daba cuenta de ello. Su madre quería echar a la muchacha del servicio porque sisaba: «Nos está robando», afirmaba la mujer, categórica. «Pero, ¡es negra!», replicaba el padre, un convencido de la inmunidad racial.
Los piratas son negros o, al menos, renegridos. También lo es una buena parte de la tripulación del atunero Alakrana, pero eso parece importar menos a las almas pías, tan ansiosas de desarmar a los piratas con la exhibición de nuestros mejores sentimientos.
Se va corriendo la voz: los mejores, los pesqueros españoles. En el peor de los casos, si te detienen, no te falta de comer y se interesan mucho por tu salud y te hacen pruebas, mientras discuten sobre cuántos años tienes.
Para convertir nuestra fragata en el Rainbow Warrior, el Gobierno español ha permitido que se militaricen los pesqueros, para defenderse. Aún nos queda la experiencia de un debate nacional el día en que un soldado de fortuna mate a un pirata que intenta secuestrar su barco. Todo se andará.
Santiago González, EL MUNDO, 2/11/2009