Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 7/12/11
De la mano de Zientzia Foroa hemos disfrutado en Euskadi de la presencia del sociólogo alemán Ulrich Beck. Este ilustre intelectual centró la conferencia de Bilbao en infundirnos optimismo sobre el futuro de Europa presentando, en un juego dialéctico muy alemán, esta situación de crisis actual como el origen de una nueva aceptación y consiguiente reforzamiento de la unión europea. En su opinión, social, cultural, y en casi todos los aspectos humanos, Europa es una realidad soldada. Es algo imposible de volver a separar, porque somos como los huevos revueltos, ejemplo que repitió en muchas ocasiones. Y saldremos adelante, reforzados, por encima, y como causa, de la crisis económica.
No crean que su teoría de los huevos revueltos no dejó de tener un cierto y educado reproche. Una de las personas que entrara en el coloquio final le indicó, tras mostrarle los rótulos en euskera presentes en las paredes que daban fe de nuestro particularismo, que sentía lo europeo como algo distante, pues los que aparecían como sus representantes o era un alemán o un francés, incluso el señor Barroso, que es portugués. Entonces me di cuneta que, en estas cosas, cuando la cultura particularista se convierte en un telón, y no digamos la política, uno es incapaz de apreciar lo existente, pues el comisario europeo Almunia, que estudió su carrera en Deusto (y es del Athletic), es nada menos que de Getxo. Y de nuevo esto me reafirmó, tras una conferencia dada por un alemán, donde el tema era Europa, como lengua el inglés, y en el Guggenheim, en que la enajenación ideológica evita ver la realidad; niega que seamos huevos revueltos, y se erige como un problema para nuestro futuro.
Hay en la mentalidad que se considera vasca-vasca una cierta apreciación de la realidad desde un profundo concepto preliberal de la misma. Las cosas son como creemos que son, siempre han sido, y deben ser así, aunque tengamos que oponernos al mundo entero, al mejor filósofo o al más excelente pedagogo. Y para que las cosas sean como deben ser, porque así Dios lo consideró, o el Buru Batzar, o el Biltzar Txikia, nos hemos matado muchas veces: en el XIX en un montón de guerras, en el veinte en alguna menos, pero con la lacerante lacra del terrorismo presente. Hay demasiado rechazo a los huevos revueltos, a la concatenación de lealtades, desde la lealtad a lo más íntimo al cosmopolitismo más universal. Y así no acabaremos por cerrar bien nuestro último capítulo de violencia, violencia necesaria para mantener nuestro enajenado y radical particularismo.
Pasó el filósofo alemán, y es igual. El recordado José Antonio Aguiriano, que fuera delegado del Gobierno y político socialista, me contó que para hacer más cosmopolita a un familiar vasco-vasco le cedió su casa en Suiza para su viaje de novios con la esperanza de que volviera algo transformado. A la vuelta le preguntó su parecer sobre Suiza, y éste le contestó: «¡Preciosa!, como Aramayona pero a lo bestia».
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 7/12/11