Miquel Giménez-Vozpópuli

  • O convertimos este concepto en materia obligatoria en las escuelas o caminamos cada vez más firmemente hacia el abismo

Les pongo un ejemplo. Terrible, pero ejemplo. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha condenado a 38 años de prisión a una madre por asesinar a su hijito de siete. No tiene enfermedades mentales, a pesar de que en el juicio se dijo que podía haber actuado bajo la influencia de un brote psicótico. La rea asfixió a la criatura mientras estaba dormido en la cama, lo vistió ya cadáver y lo montó en un automóvil hasta que la paró la Guardia Civil, a los que intentó atropellar cuando le dieron el alto. Estaba serena, fría, consciente, orientada, con discurso fluido y coherente, según los agentes de la Benemérita. No hay duda, según su testimonio la homicida estaba normal y conocía sus derechos antes de leérselos.

¿Esto es violencia de género o simplemente violencia? ¿Importa el sexo del criminal o importa la muerte de un inocente? ¿Debe aplicarse un rasero moral u otro por ser mujer u hombre el criminal? Esta discusión nos lleva al nudo gordiano del problema: el mal existe y no hace distingos en si el ser del que se apodera es de un sexo o de otro, si es rico o pobre, si es de este país o del de más allá. Un asunto que siempre se orilla cuando se tratan asuntos del mundo político. Es un grave error. Se comprende que exista quien no desee plantear el mal como motor de cosas que suceden a diario, prefiriendo escudarse en el humo. Reconocer al mal equivale a hacerlo con el bien.

Ensayamos iniciativas que llevarán a nuestra sociedad en poco tiempo a no saber quién es ni qué pretende. Introducir la duda como elemento de disolución de la moral es peligrosísimo. Todo puede ser relativo, todo puede ser adjetivado, todo depende de quién, cómo y dónde, todo es cuestionable. Es mentira. En ciencia, quizás, aunque servidor no lo tenga muy claro si me acuerdo de la bomba de hidrógeno o del virus chino. Pero en moral hay cosas que están bien y cosas que están mal, las haga quien las haga. En mi infancia existían asignaturas que hoy causan risa: puntualidad, aseo, urbanidad. Métodos para respetar a los demás. Ahora, con occidente entregado a una degradación ética, sería urgente introducir una materia: Humanidad. Ser humanos equivale a ser empáticos, comprensivos, ayudar al prójimo, intentar no hacerle daño a nadie. Pero, cuidado, no a ser indiferentes al dolor ajeno, eso no. La humanidad es asumir la condición falible de lo que somos e intentar superarla con esfuerzo, con el ejercicio cotidiano de la bondad.

Sin humanidad, sin intentar ser y no arquetipos de esta o aquella ideología, no hay futuro. Esto va de eso, del bien y del mal, y el mal es lo que violenta la evolución, a saber, trascender a la bestia, aherrojando nuestros instintos más primarios. Matar, agredir y maltratar al más débil, el egoísmo que nos hace codiciosos hasta de la miseria, la prepotencia que nos lleva a pensar que somos superiores a nuestros semejantes, la envidia que nos ciega, y, créanme, el miedo. Somos crueles porque somos miedosos, porque tememos no gritar lo suficiente para que nos hagan caso, porque nos horroriza que nos adelanten y de ahí que les pongamos la zancadilla. Y tenemos miedo porque nos falta la fe. Siquiera en nuestro potencial como especie, por no meterme en terreno religioso.

Enseñar humanidad sería tanto como decirles a los que vienen detrás que son nada más y nada menos que eso, seres humanos, formas de vida basadas en el carbono si son ustedes más de la rama científica o hijos de Dios creados por igual. Pero nos une lo mismo, nuestra sangre, constitución, ADN, y lo que nos diferencia es todo el constructo cultural que hemos creado alrededor de razas, sexos, clases y prejuicios. Debemos emplearnos a fondo en esa pelea y ser cada día más humanos, ejercer nuestra humanidad, considerarnos como parte de un todo.

De esta manera, ninguna madre asesinaría a su hijo, o ningún padre asesinaría a su hija, o nadie asesinaría a nadie. El problema no es el género. El problema es la condición humana.

Y que cada vez somos menos humanos.