Jon Juaristi-ABC

  • En el otoño de nuestro descontento, leamos a los grandes folletinistas como Dumas y Maquet

La decisión sanchista de gobernar contra el legislativo –si este, en adelante, no le baila el agua– casa bastante bien con la tradición de la izquierda en las democracias parlamentarias, donde aquella siempre se ha vanagloriado de ser el viejo topo que mina el sistema. Por lo tanto, la decisión de marras no debería escandalizar a nadie. Los socialistas –y, en particular, los socialistas españoles– son declaradamente accidentalistas: su lealtad a una forma cualquiera de gobierno depende de las posibilidades de someterla a su control absoluto. Recuérdese que el PSOE amenazó con destruir la II República si las derechas ganaran alguna vez las elecciones (y lo intentó, como es sabido). Después de su derrota en la Guerra Civil, trató de convencer a los más tibios de los vencedores de que admitiría un retorno de la monarquía a condición de que se le entregara (al PSOE) la jefatura del gobierno.

Fueron dos etapas que, en aras de la precisión, denominaré momento Largo Caballero (entre 1933 y 1936) y momento Prieto (de 1945 en adelante). Para que quedara claro que serían las dos únicas variantes del modelo PSOE, el felipismo triunfal se apresuró a erigir sendas estatuas a ambos epónimos en las inmediaciones de los Nuevos Ministerios.

Lo interesante es que Sánchez ha hecho pública su decisión en China y en vísperas de la anunciada votación en el Congreso para el reconocimiento de Edmundo González como presidente de Venezuela. La de Sánchez ha sido, ante todo, una declaración de intenciones dirigida al conjunto de las dictaduras que apoyan a Maduro, aprovechando su visita a la más poderosa de ellas y detentadora del liderazgo efectivo en todo el bloque antioccidental. Ha venido a asegurarles que el parlamento español podrá decir misa, pero que él, su partido y su gobierno seguirán sosteniendo a Maduro y a sus Maduritas Maduronas, como reza la petenera caribeña.

Por otra parte, al margen de los conchabeos que hayan suscrito los gobiernos de Sánchez y Maduro a través de Zapatero y de la dulce jamona Dalcy, es obvio que lo que pactaron desde el primer momento Periquillo y Nicolás fue la retórica humillante con que ambos han saludado el exilio de González: el chavista español, definiendo su concesión de asilo político a este último como un detalle ‘humanitario’ (lo que podría valerle, además, de ‘excusatio non petita’ ante la Unión Europea, los Estados Unidos y la OEA), y el sanchista venezolano, deshaciéndose en buenos deseos y recomendaciones sanitarias para el valiente anciano que no se ha atrevido a asesinar en las calles de Caracas, pero al que, con la complicidad de Sánchez y Zapatero, ha infligido una indecente muerte en vida, como a un nuevo Edmundo Dantès en esta España convertida en un siniestro castillo de If. Una prisión sin retorno para el pobre presidente de Venezuela.