PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC
- No quiere ni puede cambiar de socios. Ya no sería creíble y menos tras colocar a la mitad de los españoles en la ‘fachosfera’
El silencio puede ser más elocuente que mil palabras. No hay ninguna declaración tan expresiva como el silencio de Sánchez tras las elecciones en Galicia. Se ha quedado mudo. Y no porque fuera imprevisible la mayoría absoluta del PP sino porque la debacle de su partido y de Sumar ha sido épica. Tampoco puede culpar al candidato socialista porque él decidió asumir el peso de la campaña.
Es obvio que la retórica de la ‘fachosfera’ y el miedo a la extrema derecha no le ha funcionado. Pero tampoco su estrategia de apostar por Ana Pontón para desbancar a Rueda. Lo que se ha producido es un trasvase de voto del PSOE al BNG. El error de renunciar a ser una alternativa para ir a rebufo de Pontón lo ha pagado muy caro.
Si hay una lección que se puede extraer de estas elecciones es que la coalición que encabeza Sánchez está muerta. No ya sólo por la debilidad de Sumar sino, sobre todo, porque cada día es más evidente que el líder socialista está preso de sus aliados y sometido a unas exigencias que le desbordan. Podía haber buscado algún pacto con el PP o podía haber optado por una repetición electoral, pero, cegado por su ambición de poder, eligió la peor alternativa: esa coalición Frankenstein que, como el monstruo, resulta incontrolable. Lo que ha sido derrotado en Galicia es esa alianza heterogénea con intereses contrapuestos y sin ningún proyecto político, más allá de intereses particulares.
A veces las partes suman más que el todo. Pero en este caso sucede lo contrario: el PSOE está perdiendo su credibilidad y su capital político, devorado por unos socios que son incompatibles con su proyecto político. El chantaje de Junts sube de grado cada día. Puigdemont quiere ahora la amnistía para los delitos de terrorismo.
Sánchez se enfrenta a un dilema irresoluble: o cede para seguir gobernando durante un tiempo o se planta frente a las exigencias.
Todo esto era previsible desde la noche de las elecciones. Pero Sánchez decidió jugar a aprendiz de brujo, confiando en que podría engañar a todos todo el tiempo como el mago cuya mano es más rápida que el ojo. Su problema es que, a fuerza de repetir sus trucos, ha dejado de sorprender.
No hay que menospreciarlo porque es lo suficientemente hábil para sacar otro conejo de la chistera, pero lo tiene muy difícil. Ni quiere ni puede cambiar de socios. Ya no sería creíble y menos tras colocar a la mitad de los españoles en la ‘fachosfera’.
Sánchez ha cometido el pecado de la ‘hybris’, que es el de los hombres que se creen dioses y que carecen del sentido de los límites. El nuevo Rey Sol ha destruido los controles institucionales, ha fagocitado el partido y se ha rodeado de gente que lo halaga y no le dice la verdad. Lo peor no es la derrota en Galicia sino lo que va a venir a continuación si no es capaz de darse cuenta de que es humano, demasiado humano.