- Quienes están bendecidos por unas mayores rentas son los que más leen y se adentran por los senderos de la modernidad electrónica
En Madrid, uno de los aspectos más llamativos en esto de la basura es la enorme diferencia que separa a los barrios ricos de los pobres en cuanto a las cantidades de vidrio que se reciclan. No es que seamos dispares en lo que concierne al consumo de bebidas alcohólicas –que es el que más influye en la cantidad depositada–, pues con una regularidad estadística notable lo que se desprende de la información sobre el consumo es que todos los humanos estamos dispuestos a hacer el mismo esfuerzo para, al menos de vez en cuando, emitir los efluvios de la embriaguez. Pero lo que la basura nos muestra es que mientras los menos pudientes son tributarios de vinazo en tetrabrik y del bote cervecero, los que cuentan con mayores posibles no se privan del vidrio que envuelve al caldo con denominación de origen o a la birra de importación.
Y no es sólo eso. Otro aspecto notorio, en el que se reflejan las desigualdades culturales y educativas, es el que se refiere al papel. Los restos de éste abundan en los barrios de la clase media-alta, mientras que, sin estar ausentes, alcanzan un menor peso en los de las clases bajas. Qué duda cabe que en este asunto influye mucho la lectura de periódicos y revistas, aunque no sean descartables los envases de cartón en los que se empaquetan las compras por Internet y otros consumos. Ya se ve que quienes están bendecidos por unas mayores rentas son los que más leen y se adentran por los senderos de la modernidad electrónica. Lástima que, como Pepe Carvalho, el inolvidable personaje de Vázquez Montalbán, no tengan chimeneas en las que hacer arder sus desperdicios para contribuir al ahorro de energía. En fin, esto es lo que hay, y para lo demás se me acaba la columna.