José I. Torreblanca-El País

Contra el muro del doloso “inmovilismo de Rajoy” lo que se desvela es la pérdida de papeles del nacionalismo catalán

Los buenos políticos construyen instituciones sólidas. Las instituciones sólidas construyen buenos políticos. De ahí el “nada es posible sin las personas, nada es duradero sin las instituciones”, sobre el que Jean Monnet quiso hacer descansar el proceso de integración europeo. ¿Pero qué ocurre cuando el círculo virtuoso se rompe y las personas se empeñan en promover lo imposible, destruyen las instituciones y acaban a su vez siendo destruidas por ellas?

Ese relato de destrucción mutua de personas e instituciones explica el origen, trayectoria y colapso del procés catalán. Tanto Jordi Amat, en La conjura de los irresponsables (Anagrama), como Santi Vila, en De héroes y traidores (Península), han intentado, desde ángulos distintos, más analítico uno, más político y personal el otro, dar explicaciones plausibles del monumental fracaso de unas élites políticas cuya educación, modernidad, sentido democrático, sano europeísmo y tradición pactista dábamos por supuesto que impedirían cometer los disparates que cometieron.

Cierto que en ambos hay equidistancias, de distintos signos e intensidades, lo que a unos les parecerá criticable y a otros, loable. Y que hay poca fineza, como falta en tantos, a la hora de entender el resto de España y las motivaciones del resto de los españoles, que se nota conocen poco y dibujan sobre la base de clichés poco actualizados (“Madrid”, “el nacionalismo español”, “el Estado”).

Paradójicamente, contra el muro del doloso “inmovilismo de Rajoy” lo que se desvela es la pérdida de papeles (personales e institucionales) del nacionalismo catalán, moderado o radical, y el monumental cúmulo de errores cometidos por aquellos que se creían llamados a culminar un proyecto milenario. Los más lúcidos, como Santi Vila, ya han comenzado a hacerlo, pero la mayoría tardará años en entender cómo algo que despreciaban tanto (la democracia española, sublimada en un Rajoy al que desprecian) pudo infligir una derrota tan severa a un proyecto tan hermoso. Cierto es que, como señala Vila, ha habido decenas de errores políticos, pero el principal ha sido el psicológico. Los griegos llamaban hybris a la falta de control sobre los propios impulsos y al dejarse dominar por las pasiones. “A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Piensen en Puigdemont.