EL CORREO 07/04/14
TONIA ETXARRI
· Sorprende que Artur Mas, que lleva tres años sin hablar de otra cosa que del referéndum, desaproveche la oportunidad que le da el Congreso para explicarse
Máxima expectación ante el debate que celebrará mañana el Congreso de los Diputados sobre la petición del Parlamento catalán de poder convocar su referéndum secesionista. El protagonismo recaerá sobre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que es quien ha decidido responder a los parlamentarios catalanes. Porque Artur Mas ha preferido delegar la defensa de su sueño en Jordi Turull, de CiU, Marta Rovira, de ERC, y Joan Herrera, de ICV. Que estos parlamentarios catalanes tienen su importancia, pero no es lo mismo. Sorprende que Mas, que lleva tres años sin hablar de otra cosa que del referéndum sobre la independencia, desaproveche ahora la oportunidad que le da el Congreso para explicarse.
Desde que se puso a la cabeza de las manifestaciones conmemorativas del 11 de setiembre, todos sus movimientos han pivotado en torno a su único plan de declaración unilateral de independencia. ¿Qué piensa Artur Mas del paro en Cataluña?. ¿Y de las colas en las listas de espera en la sanidad?. ¿De las deudas a las farmacias?. ¿Y de la presión migratoria en la verja de Melilla?. Independencia (para Cataluña). ¿Y de la reforma de la ley del aborto?. Todo se resolverá con la independencia.
Su discurso viene siendo monotemático. En nuestro país y allende nuestras fronteras. Por mucho que le hayan explicado por toda Europa que la consulta unilateral le apartaría de la unión de los Estados y que la política de hechos consumados es la antítesis del entendimiento. El presidente Rajoy recordará mañana que si Cataluña sola, de manera unilateral, no puede decidir jurídicamente su separación de España, tampoco lo puede, técnicamente, consultar.
La obsesión de Mas ha llegado a tal extremo que pretende movilizar a padres y docentes en las escuelas para que se impliquen en el apoyo al referéndum secesionista. Tanta campaña interplanetaria y cuando llega la hora de la verdad, en el Congreso donde reside la soberanía nacional, decide hacer ‘mutis por el foro’. Por falta de atrevimiento. O por desprecio a la Cámara baja. El caso es que no da la cara. Una actitud que dice muy poco en favor de quien ha logrado tensar la cuerda al máximo entre un gobierno autónomo y el Estado, y a quien tantos ciudadanos ven como el responsable de un conflicto más que como el que resuelve el problema.
Ha montado todo este lío para, al final, no comparecer ante el Congreso. Como hizo, al menos, el lehendakari Ibarretxe, en 2005. Que sabía, de antemano, que contaría con el rechazo mayoritario de los diputados. Pero, al fin y al cabo, compareció. Fue un tenso debate. Que duró más de siete horas. Y en el que instó al Gobierno de Zapatero a que no lo rechazara porque, «si le da un portazo, trasladaré la palabra al pueblo». Y hubo portazo. Porque 313 votos le dijeron que no, frente a 29 votos afirmativos y dos abstenciones. Al día siguiente de las calabazas, Ibarretxe convocó elecciones en el País Vasco. Para el 17 de abril . Y los ciudadanos vascos, ejerciendo su derecho a decidir, decidieron darle menos fuerza electoral de la que esperaba.
Ibarretxe, en esa legislatura , logró sacar adelante en el Parlamento vasco, gracias a un voto prestado de los herederos de Batasuna (EHAK, entonces) una ley de consulta. Con dos preguntas tan farragosas en las que mezclaba el fin de la violencia de ETA con el derecho a decidir. Pero tuvo muy poco recorrido. Porque el Gobierno de Zapatero, acogiéndose al artículo 161 de la Constitución, la impugnó. Y el Tribunal Constitucional , por unanimidad, la invalidó por «vulnerar el artículo 149 de la ley fundamental al invadir competencias estatales».
Mañana, el presidente del Ejecutivo español dirá «no» a la pretensión del Parlament. Pero la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría ha reconocido que mantiene una comunicación fluida con su homóloga de la Generalitat, lo que hace pensar que, a pesar del rechazo del Congreso, se abrirá un escenario de diálogo.
Artur Mas puede convocar elecciones, como hizo Ibarretxe. Y puede que pierda fuerza electoral, como le ocurrió al lehendakari. Pero sabe que no puede utilizar la ley catalana de consulta porque el actual gobierno haría lo mismo que hizo en su día Zapatero con la ley vasca: impugnarla.
Ahora que el Tribunal Constitucional ha insinuado una posibilidad de que se reforme la Constitución para contemplar eufemismos del derecho de autodeterminación como el derecho a decidir empiezan a oírse voces en favor de la regulación del derecho de secesión bajo el control de la soberanía del pueblo español. Y en las mismas filas donde Alfonso Guerra avisa de que, ante una consulta ilegal, «sería obligado a aplicar el artículo 155 de la Constitución», se recurre a la conveniencia de una ‘ley de claridad’ como la canadiense.
Pero su precursor, Stephane Dion, que ya vivió dos referéndums, declaró que no volvería a pasar por la experiencia. «Hacer un referéndum de este tipo es traumático y deja heridas que tardan en cicatrizar». Desde el periplo frustrado de Ibarretxe, han transcurrido ya nueve años. El Gobierno está dispuesto a negociar con la Generalitat. Pero si algo le contraría a Rajoy es la política de hechos consumados. Así se lo dijo a Ibarretxe, desde la oposición, en la famosa sesión del «portazo». Y ahora, como presidente, sostiene lo mismo. Aunque quizás, en un futuro no muy lejano se lo tenga que explicar a otro interlocutor que no sea Artur Mas.