Si el PNV no ha vivido una escisión como la que dio lugar a EA ha sido porque dirigentes como Imaz prefirieron quitarse de en medio antes que plantear la batalla en los mismos términos finalistas que Ibarretxe. Esta convocatoria electoral con prisas de Ibarretxe refleja ante todo nerviosismo, la inseguridad del que teme perder y ve posible el fin de ciclo.
¿Qué le ha pasado a Ibarretxe para que haya claudicado un rato en su obsesión identitaria y esté dispuesto a compartir jornada electoral con los gallegos, una comunidad que, a ojos de un nacionalista vasco ultra radical como él, no pasa de ser una entidad menor, comparada con la vasca?
¿Cómo es posible que no quiera Ibarretxe hacer unas elecciones autonómicas en un día solo y exclusivo para los vascos, sin coincidir con nadie más, de manera diferenciada, dejando claro que somos incomparables, que no se nos puede equiparar ni siquiera con otras comunidades históricas? ¿Por qué Ibarretxe tiene tanta prisa, qué temores le asaltan? Hay varias respuestas posibles a esta decisión sin precedentes en nuestra historia. La primera es que Ibarretxe teme perder las elecciones.
El que ha sido lehendakari en los diez, interminables, últimos años teme que esta vez la sensación de fin de ciclo, la ausencia de propuestas pegadas a la realidad, el agotamiento de una forma cansina y obsesiva de hacer política sean castigados en las urnas. Teme posiblemente Ibarretxe que su abandono de los problemas concretos, diarios, de los vascos y su sustitución por ensoñaciones delirantes, que nada tienen que ver con la vida normal de la gente normal, le pase factura en forma de derrota. Teme, en fin, que la fractura del tripartito, las fuertes divisiones internas del PNV, con la pérdida de su líder más capaz en los últimos años, lleven incluso a nacionalistas moderados a votar a los socialistas, que aparecen hoy como un partido que ocupa la centralidad, maduro y con posibilidades razonables de ganar las elecciones.
Muy mal tiene que ver las cosas Ibarretxe para mezclarse con otros. Nunca lo había hecho hasta ahora, por eso es relevante que rompa esa tradición que, en este caso, sí tiene trienios.
El balance de Ibarretxe en los diez últimos años resulta desolador desde un punto de vista ciudadano. La imagen que queda de su gobierno es la de una persona ajena a los problemas reales de los vascos, enfrascada en plantear desafíos que están en su cabeza y de los que sale derrotado, una y otra vez, sin al parecer extraer ninguna conclusión política. Ni siquiera la crisis económica, que también afecta a los vascos, ha logrado llevar a este señor a ocuparse en los problemas que perciben los ciudadanos de esta comunidad. Baste citar que, en su urgencia por convocar las elecciones, Ibarretxe ha dejado aparcada una Ley de Vivienda que se supone que algún beneficio debería traer a los vascos que siguen viendo cómo comprar un piso constituye un esfuerzo agotador, que hipoteca toda una vida.
Ibarretxe se ha olvidado de los vascos y también de su propia palabra y de sus bravatas agónicas. En nada ha quedado su siempre solemne amenaza de denunciar a España ante el Tribunal de Derechos Humanos, nada menos. También su promesa, mil veces repetida, de que convocaría su supuesto referéndum en ausencia de violencia ha quedado en el puro incumplimiento. Ibarretxe estuvo dispuesto a hacer el referéndum con ETA ensangrentando el país. Palabras dadas y no cumplidas.
Por aburrir, podemos decir que Ibarretxe ha aburrido incluso a los de su propio partido, algunos de cuyos dirigentes y cargos públicos comentan en privado la política abrasiva que ha estado a punto de romper al PNV. Si el PNV no ha vivido una escisión como la que dio lugar a EA ha sido porque dirigentes como Josu Jon Imaz han preferido quitarse de en medio antes que plantear la batalla en los mismos términos finalistas que Ibarretxe. De haber respondido Imaz con parecida intensidad que Ibarretxe (más Egibar, más Arzalluz), posiblemente hoy el PNV estaría fracturado.
No parece un buen balance que el mejor dirigente nacionalista de los últimos años esté fuera de la dirección del PNV después de decir cosas tan razonables como que hay que quitar apoyos a los terroristas, que hay que construir un país en el que quepamos todos, en convivencia civilizada, votemos lo que votemos y sin que cada cierto tiempo tengan que pasar los camilleros a recoger los cadáveres de policías, concejales socialistas o empresarios nacionalistas.
De manera que abandono de los problemas que viven los vascos, entrega obsesiva y circular a delirios siempre fracasados y, como consecuencia lógica de todo esto, sangría de votos. El PNV, bajo Ibarretxe ha conseguido un fracaso inédito: perder en todos los municipios vascos las últimas elecciones generales, quedar por detrás de los socialistas en unos resultados que no se produjeron ni siquiera en la oleada que llevó a Felipe González a ganar por abrumadora mayoría absoluta las elecciones generales de 1982. Ha perdido el PNV también elecciones municipales y a juntas generales.
De manera que esta convocatoria electoral con prisas de Ibarretxe refleja ante todo nerviosismo, expresa la inseguridad del que teme perder, del que, incluso en su obcecación, ve como posible el fin de ciclo, uno de los ciclos más nefastos de la política vasca. Que Ibarretxe quiera que los vascos votemos el mismo día que los gallegos informa de que no está dispuesto a perder, a correr el riesgo, por ejemplo, de que algunos vascos, de origen gallego, decidan votar socialista a tenor de los resultados que se produzcan en la comunidad presidida por Touriño.
José María Calleja, EL CORREO, 7/1/2009