Ibarrola

Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Goytisolo, Nadine Gordimer, Günter Grass… ¿En qué piensan estos intelectuales cuando, al final de su manifiesto sobre la situación en el País Vasco, aluden a quienes en esa tierra defienden la libertad «con el coraje que un día no muy lejano conmoverá a Europa»?

Piensan seguramente en los candidatos de los partidos que han sido declarados «objetivo militar» por parte de ETA, y también en otras personas que, aun sabiéndose amenazadas, han seguido defendiendo sus ideas frente a los terroristas y frente a quienes les vilipendian calificándoles de «pesebristas», de «conversos» -por su pasado antifranquista, precisamente- e incluso, paradoja máxima, de «vascos domesticados».

Todos esos epítetos forman parte de escritos o declaraciones recientes de dirigentes nacionalistas vascos y han sido lanzadas contra los miembros más conocidos de ¡Basta Ya! y otros colectivos caracterizados por haber denunciado a quienes llevan años proponiendo ceder ante ETA en beneficio propio. Es sabido que quienes son incapaces de resistir la presión de los violentos tienden a asociarse a ellos, para lo que nunca faltan pretextos.

Pero sería injusto no reconocer que entre esas personas no figuran, a diferencia de lo ocurrido en la Alemania de los años 30, la mayoría de los intelectuales vascos. Su oposición a ETA es bastante temprana. En mayo de 1980 apareció el llamado Manifiesto de los 33 en el que personas destacadas del mundo cultural de Euskadi, encabezadas por el antropólogo José Miguel de Barandiarán, expresaban su rechazo de una violencia que «nace y anida entre nosotros» y puede «convertirnos en verdugos desalmados, en cómplices cobardes o en encubridores serviles». «Es hora», decían también los firmantes, «de proclamar, pese a los peligros y a la posibilidad de ser vilipendiados de forma sistemática, que debemos estar dispuestos a defendernos de la ruina y el aniquilamiento a los que nos van llevando, de modo rápido, gentes que dicen amar al País como nadie, pero que sin duda confunden el amor con la muerte». Gentes que «de continuo están demostrando insensibilidad moral y perversión, unidas a necedad».

Desde el mundo de Herri Batasuna se intentó restar importancia al manifiesto con el argumento de que los firmantes, entre los que también figuraban Julio Caro Baroja, Koldo Mitxelena o Eduardo Chillida, eran personas bien vistas en Madrid pero desprestigiadas en Euskadi. Sin embargo, según una encuesta entre 69 escritores y personalidades de la cultura reproducida en la tesis doctoral de Edurne Uriarte (Intelectuales Vascos. Bilbao, 1995), Julio Caro (seguido por Barandiarán) era considerado a comienzos de los años 90 el intelectual vasco vivo más importante; y Mitxelena (seguido por Unamuno), el que más había influido sobre el pensamiento de los propios encuestados, el 61% de los cuales se definía como nacionalista.

Visto desde hoy, lo más llamativo del Manifiesto de los 33 es que entre quienes en 1980 se expresaban con tanta claridad contra ETA figuraban nacionalistas y no nacionalistas, indistintamente. Otro de los firmantes era José Ramón Recalde, que años despues sería consejero socialista del Gobierno vasco y a quien ETA intentaría asesinar en 2000. También firmaba el escrito el pintor y escultor Agustín Ibarrola, a quien ¡Basta Ya! rinde homenaje el próximo sábado: por su coraje cívico en defensa de la libertad, antes contra el franquismo y ahora contra las bandas de taladores de bosques y vidas en nombre de Euskal Herria.

Suponer que personas a las que han intentado asesinar y cuyas vidas se han visto trastornadas por amenazas verosímiles se mueven por pesebrismo revela una mentalidad un tanto mezquina, y también cierta dificultad para imaginarse la función pública en términos diferentes a los del clientelismo político. Esa descalificación actúa como tranquilizante de conciencias nacionalistas inquietas por la acusación de que sus dirigentes son políticos con corazón de hielo dispuestos a beneficiarse de la situación de inferioridad en que ETA coloca a sus rivales políticos. Ayer mismo, en el diario Gara, un antiguo miembro de la dirección del PNV, Luis Bandrés, acusaba a esos «pseudointelectuales» críticos con el nacionalismo gobernante de haberse vendido a cambio de «cargos en organismos gubernamentales» y otras «prebendas». Y firmaba como «diputado de Cultura de Guipúzcoa».

Patxo Unzueta, EL PAÍS, 15/5/2003