EL MUNDO 09/06/14
LUIS ANTONIO DE VILLENA
· El autor defiende la idea del escritor luso de crear una confederación ibérica que aúne esfuerzos y metas
· Asegura que esa reflexión sobre el destino de nuestras patrias contiene elementos que están muy de actualidad
SABEMOS sobradamente que el portugués Fernando Pessoa (1888-1935) fue un personaje poliédrico. Conocemos su pluralidad poética pero hasta hace muy poco (entre los papeles de sus baúles) yacían muchos proyectos no conclusos, no menos plurales que su poesía, pero de todos los órdenes: Desde hacer un libro sobre el poeta persa Omar Khayyám hasta escribir sobre el futuro de la península ibérica, en un libro que se hubiese titulado Iberia. Introducción a un imperialismo futuro. Los papeles conservados han dado para hacer el libro que, con el título mencionado, acaba de editar en español Pre-Textos de Valencia. No es el único Pessoa político que conocemos, pero estamos ahora ante un Pessoa, que pese a momentos que pueden parecer utópicos, es un pensador político sobre el destino (que él desea importante) de nuestras patrias: Portugal y España. Para Pessoa no somos estrictamente países latinos (aunque vengamos del legado de Roma) sino que por nuestro contacto islámico somos «países ibéricos». Así no cabe hablar de Latinoamérica ni de Hispanoamérica –este último término parcial– sino de Iberoamérica, no sólo fruto de nuestra historia sino señal suprema de nuestro futuro.
Pero empecemos por el principio. Pessoa escribió los no pocos fragmentos del citado libro entre 1914 y 1930, lo que es importante tener en cuenta para justificar el cambio o el avance de algunas de sus opiniones. Para Pessoa, Portugal (renovado con la República de 1910, aunque no lo suficiente todavía) es sobre todo –en relación con España– un país muy cohesionado, enteramente cohesionado –«vertebrado» hubiera dicho Ortega– frente a España que, tras su época imperial, se ha convertido en una nación de naciones. Para Pessoa España engloba bajo la hegemonía de Castilla (entiéndase el antiguo reino de Castilla, o mejor aún, todas las zonas que hoy hablan castellano) a dos naciones más, Cataluña (singularmente) y Galicia. En un primer estadio de sus reflexiones Pessoa cree que en la Confederación ibérica que busca, en la Iberia global que nunca pierde de vista, Galicia debiera unirse a Portugal. Sin embargo pronto se da cuenta de que Galicia ya no es Portugal y que, consecuentemente –tras siglos de distancia– Galicia está tan cerca de Castilla como de Portugal. Y dice: «Nadie que sea verdaderamente portugués quiere para nada Galicia. No queremos que Galicia sea parte de Portugal, o que Galicia y Portugal sean un solo país». Y más adelante: «Sería –Galicia– un cuerpo extraño que perturbaría por exceso la gran virtud portuguesa, que es la formidable unidad de nuestra nación». Sin duda Pessoa respiró un fuerte nacionalismo lusitano, pero ello no le impidió pensar que el futuro de Portugal pasaba por Iberia, es decir, por su confederación con España. Pero si Portugal es un país fuertemente unido, España no. Y su principal problema es Cataluña. Y tiene por cierto que Cataluña es una nación pero a la que por distintos motivos que a Galicia (de hecho la compara con la Provenza francesa) se le ha pasado su momento histórico de ser una gran nación independiente. «Cataluña es para España exactamente lo que Provenza para Francia. En ambos casos la nación cultural se sobrepuso a las naciones naturales». Cataluña es una nación, pero no sólo necesita y es parte de Iberia, sino que su independencia le privaría de toda grandeza futura. «¿Quién sabrá, en la posteridad, salvo sólo por saberlo, que hubo catalán, que hubo provenzal o incluso que hubo holandés o cualquiera de las lenguas escandinavas? Solo sobreviven las lenguas imperiales».
Algunos dirán, leyendo lo que antecede, que Pessoa era un protofascista o que estaba contra las culturas minoritarias. No, Pessoa respeta todo hecho cultural pero lo subordina al otro hecho civilizacional. «Sólo hay dos naciones en Iberia: España y Portugal. La región que no forma parte de una forma parte de otra. El resto es filología». Para entender que en Pessoa no hay desprecio por ninguna cultura, sino sólo el sueño de un nuevo imperio cultural, ese «Quinto Imperio» al que se refirió a menudo, tenemos que acudir a José Saramago, cercano (con mayor realismo) a alguno de estos postulados, desde su novela La balsa de piedra. Iberia no es un país, sino una confederación de naciones, desde la unitaria Portugal a la plural España. España respetará y dejara libre a las naciones que la componen, pero sin salirse del marco de Iberia. Porque el futuro cultural de esa Iberia es ser una de las culturas hegemónicas del mundo basándose en la América española y en Brasil. Desde hoy, Pessoa podría haber sido más ambicioso o más amplio, añadiendo casi la mitad de los Estados Unidos y las colonias portuguesas de África, Angola y Mozambique, que aunque sigan siendo países muy pobres, son grandes territorios. Pessoa no piensa en la abolición de una identidad catalana (o gallega) ni literaria ni autonómica de amplio espectro, sugiere sólo que esas partes deben remar en pro del conjunto de
Iberia, no monárquica. Ése era el famoso «iberismo» de Pessoa y su búsqueda de la nueva llegada de Don Sebastián, el famoso «sebastianismo», que no sería real ni mucho menos bélico, sino cultural. La importancia de la cultura y la civilización de Iberia en un mundo futuro. Pessoa cita incluso a Vázquez de Mella (1861-1928): «Las tres finalidades españolas son: el dominio del Estrecho, abusivamente frustrado hasta el momento por Inglaterra –Pessoa también creía que Inglaterra debía devolver el Peñón–, la alianza ibérica, es decir, el acuerdo ibérico en materia civilizacional; y el imperialismo espiritual en Iberoamérica». Es cierto que parte de estas ideas o propuestas no dejan de estar muy signadas por la época en que Pessoa escribe (1930, fecha tope) pero no es menos cierto que, entre las inexactitudes o los excesos idealistas, hay muchos temas o propuestas que admiten una lectura hodierna. Por ejemplo, en una España futura mejor estructurada –la actual tiene claras fisuras– no sería mala idea contar con Portugal, acercarse a Portugal, pues si el «iberismo» es un tema relativamente nuevo en España –aparte de Unamuno–, en Portugal ha sido siempre una corriente notable. Y si precisamos que la Confederación que Pessoa pregona admite la libertad interna de cada país (incluyendo Cataluña) a la vez deja clara la dirección en que han de remar todos: no la grandeza de España ni de Portugal (que ya la tuvieron, además) sino la grandeza de Iberia.
Es verdad que Pessoa era muy anticatólico (pero no todos creemos que el nacionalcatolicismo haya sido bueno) y bastante antifrancés, pues piensa que la cultura cartesiana de Francia es una de las enemigas culturales de Iberia. («Lúcidos, completos en su nivel inferior, los franceses han sido los corruptores de nuestra civilización ibérica».) De ahí los clamores latinos de este Pessoa entre realidad y utopía: «Delenda Galia! Delenda Germania! Delenda Ecclesia!» Insisto, leer estas reflexiones de Pessoa tiene mucho de paseo por la utopía de nuestra sangre. Pero aseguro que está lleno de puntos inmensamente actuales. La importancia de Iberia y su pluralidad unificante. Un paseo para vivir el presente, lejos y cerca.