Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- No hay tal artefacto como una nación de naciones, como no pertenece al mundo real una bicicleta de bicicletas, una silla de sillas o un caballo de caballos.
Hay dos conceptos en política que guardan ciertas similitudes, pero que son en realidad muy distintos en su significación, sobre todo moral. Me refiero a las figuras del “tonto útil” y del “compañero de viaje”. El primero es el ingenuo, de no demasiadas luces, que es instrumentalizado por aquellos que le superan en inteligencia y en maldad y a los que sirve de pantalla o testaferro para el logro de sus siniestros fines. Tontos útiles del separatismo catalán ha habido unos cuantos y alguno ha destacado a la cabeza de la más conocida organización empresarial de esa desdichada tierra.
El “compañero de viaje” es otro personaje muy distinto, que suele exhibir una notable astucia y capacidad de mimetizarse con el paisaje, que se disfraza arteramente de lo que no es, sin dejar por ello de enseñar la patita en los momentos claves para revelar entre brumas de ambigüedad calculada lo que de verdad desea y siente. Como es notorio, el tonto útil acaba suscitando el desprecio general y desvaneciéndose patéticamente en la nada cuando ya ha servido a sus crueles amos. El compañero de viaje, en cambio, muestra una destacada habilidad para flotar en mares turbulentos, sumergiéndose cuando arrecia el peligro y reapareciendo airoso al regresar el viento favorable.
Un salto al vacío
Miquel Iceta ha declarado recientemente que no está dispuesto a renunciar a su idea de que “Cataluña es una nación” para ser ministro. Obviamente esta solemne afirmación de principio carece de sustancia si el que la enuncia revestido de la engolada actitud del hombre de convicciones profundas, no aclara qué entiende por “nación” y de qué tipo de nación habla. En el resto de la entrevista con la que le masajea el ego un solícito periodista afín, precisa más su grandilocuente profesión de fe catalanista. Dice el todavía primer secretario del PSC: “El hecho de que Cataluña es una nación encaja con el marco legal vigente, pues la Constitución recoge que en España hay nacionalidades y regiones”. El rítmico primer secretario olvida que nuestra Ley de leyes no especifica cuáles son nacionalidad y cuáles son región entre las diversas Comunidades Autónomas y que el término “nacionalidad” no es ni en la terminología ni en el espíritu constituyente en absoluto sinónimo de nación. Por tanto, su interpretación del artículo 2 equivale en términos lógicos a un salto en el vacío, bellísimo cuando lo realizaba Nijinsky en el Espectro de la Rosa, pero torpe y tramposo si lo perpetra un exuberante apparatchik de partido.
Este juego equívoco entre la nación sentimental y la nación política es el eje en torno al cual gira el inmenso error que ha envenenado a la sociedad catalana desde la Transición hasta el desastre actual
Profundizando en su magma de confusiones, Iceta considera que “si nación es sinónimo de Estado, entonces el Estado es el español, que es el que garantiza la igualdad de derechos y deberes, pero si la nación es un sentimiento de identidad, ¿por qué no? Yo creo que España es una nación de naciones, lo he defendido siempre y lo seguiré haciendo” Este juego equívoco entre la nación sentimental y la nación política es el eje en torno al cual gira el inmenso error que ha envenenado a la sociedad catalana desde la Transición hasta el desastre actual y que hace que millones de personas de buena fe se hayan transformado en seres irracionales, impregnados de odio y de fanatismo y dispuestos a destruir su propia Comunidad con tal de dar satisfacción a sus primarias pulsiones tribales.
Diversidad de la Nación
Lo que Iceta no comprende o no le interesa comprender es que una nación política es un espacio de soberanía indivisible cuyos ciudadanos gozan de derechos y libertades que los igualan y les prestan igual dignidad sin discriminaciones ni privilegios. El Estado es la estructura jurídica, institucional y administrativa de la que se dota la nación para poder existir como tal, es el caparazón que la sostiene y la protege -“la piel” en palabras de Ortega- y no hay más. El subjetivismo sentimental asociado a unos hábitos, costumbres, vestigios forales, símbolos, folklore y lenguas distintas a la oficial del Estado, es muy respetable y debe poder ser disfrutado y exhibido como expresión de libertad enriqueciendo la diversidad de la nación política, pero jamás ha de erigirse en derecho de autodeterminación y de fragmentación de la matriz común. En España sólo cabe una Nación política y la pretensión de que surjan otras equipadas asimismo con un Estado propio revela la voluntad deletérea de destrucción de la Nación española y los que han emprendido tan nefasto camino se han declarado enemigos del resto de los españoles, enemigos internos, pero no por ello menos hostiles y menos letales.
No hay tal artefacto como una nación de naciones, como no pertenece al mundo real una bicicleta de bicicletas, una silla de sillas o un caballo de caballos. La cacareada nación de naciones es un constructo absurdo porque si bien un todo puede estar formado de partes, un todo no puede ser un agregado de todos ni una parte una unión de partes. Por supuesto, esperar de Miquel Iceta el rigor intelectual requerido para que deje de proferir sandeces es vano a la luz de su formación, de su carácter y de su biografía, pero los millones de catalanes que se disponen a votar en las próximas elecciones autonómicas con la intención de derrotar al separatismo han de ser plenamente conscientes de que los compañeros de viaje del Mal son tan o más repulsivos que el Mal mismo.