Mikel Buesa-La Razón
- Poco se habla de las raíces de esta situación. Se gasta comparativamente poco, sencillamente, porque no es necesario, porque hemos configurado nuestro sistema para que así sea
Escribir en España sobre las actividades de investigación científica y de desarrollo tecnológico (I+D) es cansino, principalmente porque de año en año apenas se aprecian cambios en cuanto a los recursos que nuestra sociedad moviliza para su sostenimiento. Ahora ha sido Eurostat quien ha difundido los datos de 2023, que son casi los mismos que se vienen reflejando desde hace más de una década. En resumen, la financiación pública está en el 0,60 por ciento del PIB y la privada en el 0,58 por ciento, con lo que en ambos casos nuestro esfuerzo en ciencia y tecnología se queda un quinto por debajo de la media europea y supera por poco la mitad de la alemana, el país líder de la UE en estas lides. A partir de ahí llegan los mea culpas habituales: que si el gobierno no espabila, que si su política es cicatera, que si las empresas están en la inopia y no atienden a la competitividad, que si estamos muy lejos del viejo objetivo comunitario del tres por ciento.
Sin embargo, poco se habla de las raíces de esta situación. Se gasta comparativamente poco, sencillamente, porque no es necesario, porque hemos configurado nuestro sistema para que así sea. En el lado de la ciencia, hemos ido vaciando nuestras universidades e institutos académicos del personal de mayor nivel a medida que se ha ido jubilando la extensa plantilla de catedráticos y profesores de investigación que se configuró en los años ochenta y que está detrás del impulso que experimentó la ciencia española. Los hemos sustituido por ayudantes y doctores contratados que cuestan menos, con lo que, al ser el gasto de personal el capítulo más importante del presupuesto de I+D, no ha hecho falta que éste crezca, abonando así la cicatería de Hacienda. Y en el lado de la investigación en tecnología, que corre a cargo de las empresas, nuestra economía también ha hecho ahorros al ir desplazando la composición del sistema productivo desde la industria –donde los laboratorios son muy costosos– hacia los servicios –donde la inversión en capital es mucho más liviana–; y de paso, hemos hecho desaparecer a miles de empresas innovadoras. Esta es la realidad que habrá que transformar otra vez.