El Correo- KEPA AULESTIA

La paradójica confluencia astral entre Susana Díaz y Pedro Sánchez completará el círculo del andalucismo socialista

Las elecciones del 2 de diciembre en Andalucía se anuncian determinantes para el futuro inmediato de la política española. El escrutinio de ese día modulará el ánimo con el que las cuatro principales opciones –PSOE, PP, Unidos Podemos y Ciudadanos– afronten los comicios locales, autonómicos y europeos de mayo, y las próximas generales. Por eso mismo, y con el antecedente de las últimas andaluzas, es muy probable que las negociaciones para dotar a la Junta de una mayoría estable se prolonguen durante meses, antes y después de investir a quien se instale en San Telmo, previsiblemente Susana Díaz. Ninguno de los cuatro grupos parlamentarios estará interesado en decantarse en el terreno de las alianzas en Andalucía cuando necesiten realzar su personalidad en toda España. Se da además la circunstancia de que la opción que representa Teresa Rodríguez no mantiene con los socialistas andaluces y, en concreto, con Susana Díaz la sintonía que en los últimos meses lleva ensayando Pablo Iglesias con Pedro Sánchez. Pero aunque los titulares destaquen pronósticos electorales en Andalucía en cuanto a sus efectos en el panorama español, el 2 de diciembre serán la Andalucía política y la social las que se retraten, con sus inercias y sus novedades.

El dato fundamental en torno al que orbita la política andaluza y buena parte de su realidad social, es la perpetuación del PSOE al frente de la autonomía, su identificación con la comunidad y la gestación de un andalucismo genuino desde la Junta. La permanencia de un mismo partido en el Gobierno durante treinta y seis años que apuntan a cuatro más sugeriría una anomalía democrática. Sus adversarios insinúan periódicamente que esa continuidad se debe a la extensión de una tupida red clientelar, a la que adscriben los casos de corrupción que afectan a la Junta.

Sin duda, la identificación del poder autonómico con los socialistas, la asimilación entre mejoras económicas y sociales y su permanencia al frente del ejecutivo autonómico establece una comunidad de intereses y, sobre todo, de percepciones. Pero el acierto con el que el PSOE andaluz ha ido envolviendo –y sosteniendo– todo ese entramado de coincidencias ha sido una nueva identidad andaluza, capaz de integrar el mundo rural y el urbano, las provincias occidentales con las orientales, las clases medias con sectores sociales claramente excluidos.

Susana Díaz representa la culminación de ese ‘constructo’ o, si se quiere, es su beneficiaria más consciente. «Mi tierra», «nuestra tierra», «esta tierra», son las referencias sinónimas de «patria» o de «nación» desde las que Díaz se dirige a un público sin exclusiones. Rafael Escuredo, Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves y José Antonio Griñán pusieron el escenario, pero no lograron interpretar el papel con tanta perfección.

Cuando el PSOE se venía abajo en España, Díaz logró aguantar a pesar de los ERE. Hasta su frustrado intento por lograr la secretaría general socialista ha acabado remarcando el arraigo andaluz de su figura. La ‘nacionalización’ de la campaña contribuye a situarla en ventaja andalucista. Díaz sabe que le basta con hablar para reivindicarse de «su tierra», y por eso responde en primera persona a las muestras de desdén –reales o imaginarias– hacia lo andaluz, alentando la naturaleza reactiva que comporta toda identidad. Hay otras identidades andaluzas, otras referencias ideológicas si se quiere, pero tienden a diluirse ante la invocación a «la tierra». Ni siquiera el juicio por los ERE ha conseguido que las acusaciones se conviertan en un reproche generalizado a ese pasado respecto al que Susana Díaz actúa como Pablo Casado en relación a las miserias del PP.

El empeño, siempre timorato, que lleva a los adversarios del socialismo andaluz a dar por sentado que algún día se acabará la anomalía democrática de un partido gobernando durante –presumiblemente– cuarenta años la comunidad más al sur y con más habitantes de España vuelve a tener sus días contados. Faltan solo quince para confirmar que casi todo sigue igual en Andalucía. La nueva identidad andaluza impedirá, de nuevo, que los cambios afecten sustancialmente al poder socialista. La paradójica confluencia astral entre Díaz y Sánchez completará el círculo.