El espectáculo de sus banderas pseudocubanas, sus eslóganes maniqueos, su agresividad primaria, sus lacitos cursis y su retórica rasante, es ridículamente patético
Este viernes, en una emotiva ceremonia, recibí en Barcelona el Premio Anual de la Asociación por la Tolerancia en su trigésima edición. Como es costumbre en estas ocasiones, pronuncié unas palabras de agradecimiento por la distinción que se me concedía. Transcribo aquí en mi encuentro semanal con los lectores de Voz Populi algunos extractos de mi intervención que espero les proporcionen elementos útiles de reflexión.
“Los errores intelectuales conducen a errores morales y los errores morales desembocan indefectiblemente en errores políticos que pueden llegar a ser fatales y fuente de intolerables injusticias, conflictos violentos o graves sufrimientos.
Empecemos por la base: ¿Qué es la identidad? Pues un conjunto de características o de propiedades que dotan a un ente, humano en el caso que nos ocupa, de su ser frente a otros y que le permite distinguirse de ellos, es decir, la identidad es esencialmente una afirmación de uno mismo para ser reconocido por los demás. Hasta aquí, todo bien, pero ¿qué sucede cuando la identidad se convierte en el fundamento de unas determinadas políticas, denominadas precisamente así, políticas de identidad? ¿Qué oscuras fuerzas se despiertan en el interior de una persona cuando se la convence de que su identidad lingüística, étnica, religiosa, cultural, geográfica o histórica es el valor supremo en la escala axiológica que ha de orientar su comportamiento como ciudadano, como votante, como profesor, como empresario, como cantautor, como diputado o como obispo, por encima de valores universales como la libertad, la justicia, la igualdad o la dignidad? Dicho de otra forma, ¿qué pasa cuando el nacionalismo identitario triunfa en las urnas en sociedades étnica, lingüística, religiosa o culturalmente heterogéneas? La respuesta es conocida y la experiencia de siglos demuestra que las pulsiones obsesivas de autoafirmación así implantadas en la mente de mucha gente desencadenan inevitablemente enfrentamientos, tensiones, atropellos de derechos humanos, discordias civiles y en último extremo baños de sangre. La imposición mediante normas totalitarias o coacciones físicas o psicológicas de una identidad canónica en contextos sociales en los que existe diversidad de identidades representa un atentado contra la democracia y supone la humillación, la discriminación o la marginación de sectores, que pueden ser muy amplios, de una colectividad política.
De este desenfoque conceptual emana una terrible tropelía moral, la de separar a los miembros de una sociedad plural en buenos y malos, en superiores e inferiores, en brahmanes e intocables
¿Cuál es desde esta perspectiva el error intelectual? Nada menos que la atribución a la identidad de un nivel de significación moral o de autorrealización de los individuos que no le es debido, de impregnarla de una densidad ontológica y ética que no posee y de dotar de trascendencia a una contingencia. Todos nacemos y crecemos, salvo desarraigos prematuros, en un entorno lingüístico, cultural, religioso, gastronómico y folklórico. Esta identidad, que no elegimos, al igual que no elegimos aparecer en este planeta, ha de ser un trampolín para saltar fuera de ella y aprehender el mundo y no una cárcel en la que encerrarnos para fragmentarlo. De este desenfoque conceptual emana una terrible tropelía moral, la de separar a los miembros de una sociedad plural en buenos y malos, en superiores e inferiores, en brahmanes e intocables. Las consecuencias políticas de semejante planteamiento las hemos vivido y las vivimos cotidianamente los catalanes en forma de vulneración de los derechos lingüísticos de los ciudadanos en los ámbitos de la educación y del uso de la lengua oficial del Estado en el espacio institucional y público y también de oportunidades laborales en la Administración, por mencionar tres que son notorias. Es, por tanto, misión obligada de cualquier ciudadano ilustrado y racional contribuir a la desacralización de la identidad, abismo introspectivo que provoca daños letales al proyectarse hacia el exterior limitado por oscuras anteojeras.”
La descomposición territorial
“La relación de los dos partidos denominados sistémicos con los nacionalismos identitarios es la historia de una ceguera claudicante. Las democracias son regímenes de opinión y si al mayor enemigo de nuestra democracia constitucional y de nuestra misma existencia como Nación se le entregan los instrumentos más eficaces de conformación de la opinión, la escuela, los medios de comunicación y la capacidad de subvencionar a destajo, el resultado ha sido el 1 de octubre de 2017 y tras la llegada a La Moncloa de un individuo en comparación con el cual Calígula fue un aficionado, la descomposición territorial, jurídica, económica y moral de España aparece como una posibilidad sobrecogedora y real.”
“A aquellos que, movidos seguramente por la mejor de las intenciones, se rebelan contra los nacionalismos separatistas y se les oponen con gran estruendo gestual y dialéctico blandiendo otro nacionalismo identitario beligerante de mayor dimensión, hay que recordarles que no se extingue el fuego con más fuego y que sus pirotecnias percutantes retroalimentan al mal que quieren doblegar. Las mejores y más nobles armas contra los nacionalismos asfixiantes y antidemocráticos son la racionalidad, los principios de la Ilustración, el Estado de Derecho, la práctica de la tolerancia y del pluralismo y ese rasgo tan característico del carácter catalán que antes he mencionado, el recurso a la ironía. Al fin y al cabo, el espectáculo de sus banderas pseudocubanas, sus eslóganes maniqueos, su agresividad primaria, sus lacitos cursis y su retórica rasante, es ridículamente patético y si no fuera por su alta peligrosidad, despertaría una indulgente benevolencia, la que sienten los adultos por los desmanes de la edad infantil. Hay que imaginar a Kant discutiendo con un cazador-recolector para evaluar la dificultad de sacar de su marasmo mental y moral a las turbas que pueblan, eso sí, en número decreciente, las calles y plazas de Cataluña cada 11 de septiembre vociferando su odio a un enemigo inexistente.”
La frustración y el fracaso
“Los seres humanos somos una delgada capa de racionalidad recubriendo una sima de instintos primigenios. Los políticos que deliberadamente recurren a nuestra naturaleza prehistórica, el instinto territorial, el miedo al extraño, la necesidad de la protección de la tribu y el placer de creerse superiores, para generar adhesiones acríticas ahogando las aportaciones más excelsas de la civilización occidental, cometen el peor de los crímenes, el engaño a sus seguidores conduciéndolos por sendas equivocadas que les abocan a la frustración y al fracaso con tal de conseguir ellos el poder y la capacidad de saquear el presupuesto.”
Millones de catalanes son hoy prisioneros de ideas y sentimientos profundamente arraigados que son letales para sus auténticos intereses y que ensombrecen su futuro. Ojalá llegue el día en que les alcance la lucidez que les liberaría de estas cadenas oxidadas que les mantienen atados a un imparable declive.