KEPA AULESTIA-EL CORREO

  • Los ceses y dimisiones por vacunaciones irregulares no pueden depurar, en un plano pretendidamente moral, la imprevisión y las carencias de la gestión política

La actitud común con la que partidos políticos y responsables institucionales afrontaron hace un año la extensión global del SARS-CoV-2 fue la de suponer que se trataba de un revés pasajero. Aquel inesperado accidente les invitaba a la hibernación de sus aspiraciones previas, para reanimarlas cuando fuese posible. Pero la prolongación de la crisis durante tres olas epidémicas, seguida de una vacunación ralentizada y de una lenta recuperación, lo trastoca todo.

Las democracias liberales estaban abocadas a ‘convivir’ con el coronavirus, y no a acabar con él. El sistema democrático se basa en un escrutinio que se volvería imposible con mayores restricciones. Desde la primera ola, ello conllevó la asunción colectiva de las muertes por contagio o a causa del colapso sanitario como un mal ineludible para la economía y el bienestar de la mayoría. En medio del choque cultural con el populismo negacionista, la vida de los otros -porque es siempre de los otros, y de los mayores- se ha devaluado. Un cambio cultural cuyo alcance no podemos prever.

Desde el extremo izquierdo hasta el derecho, ninguna opción partidaria se ha distinguido por priorizar la salud a la economía. Al negar la pertinencia de esa dicotomía se ha dado cauce a una oscilación constante entre lo «descriptivo» y lo «mecanicista» -en términos de Adam Kucharski-. Véase a Fernando Simón y otros. A un movimiento pendular entre medidas de cierre y de relajación. A lo que ha contribuido la renuencia de los líderes políticos e institucionales a ofrecer malas noticias. Y ha dado carta de naturaleza al liberalismo ‘sui géneris’ de Díaz Ayuso, con Madrid parcelado en infinidad de áreas sanitarias. En este ocaso de las ideologías, destaca el distanciamiento de Unidas Podemos de la escena pandémica, revelando su indisposición a hacerse cargo de situaciones de emergencia.

La izquierda abertzale y sus alcaldes se mostraron proactivos y muy exigentes durante la primera ola, adelantándose en algunas localidades. Pero en la tercera han bastado cuatro episodios de gente saltándose el toque de queda hasta enfrentarse a la Ertzaintza para que Otegi se repliegue a la defensa del extremismo alcohólico nihilista. El descontrol de la vacunación en los centros sanitarios de Euskadi ha derivado en un descuadre ético en el que han incurrido Administración, profesionales y sindicatos. Los ceses y dimisiones conocidos no pueden depurar, en un plano pretendidamente moral, la imprevisión y las carencias detectadas en la gestión política. Pero forman parte de la ideología subyacente a la pandemia oficial.