Idolatrías

JON JUARISTI, ABC – 18/01/15

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Resulta absurdo aprovechar la coyuntura para exigir una movilización intelectual contra las religiones.

La prohibición judía de hacer imágenes de Dios dejó a los antisemitas sin el recurso a la blasfemia gráfica. Entiéndase: la iconografía judeófoba es abundantísima, pero se encarniza con los judíos, no con un Dios irrepresentable. Una viñeta satírica sobre Moisés sería interpretada, en el peor de los casos, como una sátira antisemita, pero no como una ofensa contra una figura sagrada. Hasta el más romo de los judíos practicantes sabe que una caricatura que pretenda representar a Moisés nada tiene que ver con Moisés (aunque pueda tratarse de una alusión indirecta a los judíos). Por otra parte, el humor gráfico, desde el origen mismo de la caricatura periodística, está lleno de chistes de tema bíblico y no conozco un solo judío al que le indignen. En rigor, el pecado de idolatría consistía, para el judaísmo antiguo, en pretender que el referente de una imagen determinada fuera Dios (y de ahí la prohibición expresa de representarlo).

Es más que probable que el judaísmo surgiera de un rechazo radical de la religión faraónica, de sus ídolos polícromos con cabezas de chacal, serpiente, halcón o gato, de su teocracia, de su imperio esclavista y de los sacrificios humanos a su dios cocodrilo. La prohibición islámica de representar a Alá (y, en general, la figura humana) reduce el rechazo de la idolatría a mera iconofobia, con lo que la idolatría expulsada por la puerta acaba colándose por la ventana. Me explicaré: la esencia de la idolatría, para el judaísmo, no está en la imagen, en el ídolo, sino en la adoración de la imagen, que es lo que significa la palabra idolatría. La imagen, en sí misma, es neutra.

Una vez que queda claro que la idolatría consiste en la sacralización de lo profano, los judíos producen imágenes artísticas de tema bíblico (piénsese en Chagall, por ejemplo), sin que se les pase por la cabeza adorarlas ni creer que su distorsión caricaturesca ofenda a unos personajes con los que sólo tienen una relación convencional (aunque se convenga en que una imagen pintada representa a Moisés, esa imagen no es Moisés y lo que sobre ella se haga –una deformación cómica, por ejemplo– en nada afectará al Moisés de la Biblia). Otra cosa es que a los judíos les entusiasme la decoración historiada. Nada de eso: en las raras ocasiones en que aparecen imágenes bíblicas en alguna sinagoga (como en la de Dura Europos, Siria, del siglo III) o en los cementerios de los «judíos nuevos» portugueses en Francia y Holanda, se debe a una evidente influencia cultural cristiana. La norma suele ser la ausencia de imágenes, en lo que han sido imitados por las iglesias evangélicas.

En lo que concierne al rechazo de las imágenes, el islam depende más, históricamente, de la iconoclastia bizantina que del judaísmo. La iconoclastia fue una tendencia herética en las iglesias ortodoxas, las cuales, sin embargo, invisten sus imágenes de una intensa sacralidad mística. Para la iconoclastia, tal sacralidad era perversa, diabólica y, por tanto, las imágenes debían ser destruidas. Esta idea tiene una enorme fuerza en el islam popular, que considera que los ídolos están habitados por demonios (como sabe todo lector de las

Mil y una noches). Por tanto, el horror de los creyentes musulmanes ante las caricaturas de Mahoma tiene su fundamento en la atribución a las mismas de un carácter directamente satánico. A mí, como judío, tal percepción me parece absurda, pero lo que me parezca no arregla nada. Y aunque el Papa no ha se haya lucido precisamente en su explicación de este asunto, ha apuntado bien. Bastante mejor que quienes han aprovechado la coyuntura para clamar por una movilización intelectual contra la irracionalidad de las religiones.

JON JUARISTI, ABC – 18/01/15