Antonio Casado-El Confidencial
La falta de humildad del líder de Podemos funciona como dosis de recuerdo de las contradicciones que cabalga: “En política no se pide perdón, en política se dimite”
Habló el mudito Iglesias sobre los efectos visibles del huracán «Dina». Como era previsible en un enfermo de egolatría, el vicepresidente se defendió atacando. Ni media palabra de autocrítica sobre su forma de gestionar el escándalo del móvil robado en noviembre de 2015 a su entonces asesora en el Parlamento Europeo, Dina Bousselham.
En declaraciones a RNE arremete contra una supuesta mafia policial y mediática dedicada a desprestigiarle, instalándose en una olímpica autoexculpación respecto a su conducta en el caso que nos ocupa. Por ejemplo, la retención de la famosa tarjeta o la ligereza de sus acusaciones contra medios de comunicación que no le bailan el agua. Intolerable en esa clase de gobernantes que “confunden al Estado con el salón de su casa”, como diría Monedero, el colega de Iglesias.
El líder de Podemos se defiende atacando a “tipejos” y “gentuza” de la trama policial y mediática que quiere sacarlo del Gobierno y de la coalición
Tal vez no sea para tanto. En mi anterior entrega especulé sobre la falta de sustancia del asunto, con la esperanza de que se limitase a un enredo de farsantes baratos en un cuadro patológico de machismo-leninismo, sin afectación de temas mayores. Podría ser si nos tomamos la conexión entre el fiscal Stampa y la abogada de Podemos como “algo normal entre las partes de un proceso”. O nos creemos que fue su paternalista instinto de protección lo que le llevó a retener la tarjeta.
El propio Iglesias dice que se trata de “delitos sin trascendencia” replicados con “acusaciones gravísimas que terminarán en ninguna parte”. Puede ser. Lo malo es que, en las escalas del viaje a ninguna parte, han ido apareciendo o reapareciendo los rasgos de un personaje y una fuerza política poco recomendables a los ojos de amplias capas del pueblo soberano.
Ahora sabemos que no le importa reconocerse como habitante de las cloacas, siempre que el estigma se haga extensivo en una comisión parlamentaria al expresidente Mariano Rajoy, la exvicepresidenta Sáenz de Santamaría, el exministro Fernández Díaz, el excomisario Villarejo, el policía Pino, etc.
No le importa oler a cloaca si el estigma se hace extensivo en una comisión parlamentaria a Rajoy, Sáenz de Santamaría y Villarejo, entre otros
Peor es el narcisismo de una figura cuyo nivel de autoestima le lleva a comportarse como un intocable, hasta el punto de creerse autorizado a usar su poder institucional frente al enjambre de mafiosos concertados para difamarle. La falta de humildad del líder de Podemos funciona como dosis de recuerdo de las contradicciones que cabalga. Todo está en sus obras completas. A saber: “En política no se pide perdón, en política se dimite”, decía en mayo de 2014, cuando ilusionaba a los desilusionados por las injusticias del sistema.
La doctrina no es aplicable a quien vive en posesión de la verdad. La verdad revelada por su legítimo dueño traslada la sustancia del caso a una conspiración policial y mediática para perjudicarle. Se siente una víctima del culebrón, lo cual choca con la valoración del juez García Castellón, que recientemente retiró a Iglesias la condición de “perjudicado” y lo puso bajo sospecha de haber cometido ciertos delitos.
Asegura que Sánchez le apoya (¿dónde y cuándo lo ha dicho?) y anuncia que no dimitirá aunque acabe imputado ¿Acaso incluye al juez en la cloaca?
En sus declaraciones de este viernes, asegura que Sánchez le apoya (¿dónde lo ha dicho, cuándo lo ha dicho?) y anuncia que no dimitirá aunque acabe siendo judicialmente imputado, porque todo responde a una operación de los “tipejos” y la “gentuza” que quieren sacarlo del Gobierno y romper la coalición ¿Acaso está incluyendo a García Castellón en la oscura trama policial y mediática que, así también sería judicial, por haberle convertido en acusado cuando antes era acusador?
Tampoco me extrañaría, a la vista del historial que ilumina al personaje. Y en este punto es inevitable recordar a su compañera de megáfono universitario, Amaya Olivas, que por aquel entonces (2002) compartía con Iglesias la idea de que el franquismo sobrevivía en “el imaginario cultural de los jueces”. Olivas es actualmente juez de lo social y sostiene públicamente que las recientes caceroladas contra el Gobierno pretendían “derrocar la democracia”.