José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Podemos ha quedado a buen recaudo del PCE, y Yolanda Díaz, solo militante comunista, dada de baja de IU, no es personalidad que garantice a Sánchez un sueño reparador
Pablo Iglesias, de hecho, ha entregado Podemos —esquilmado electoralmente y sin infraestructura territorial— al PCE, aunque pareciera que lo hiciera a Izquierda Unida. Este proceso de transferencia al PCE comenzó ya en 2016, pero se ha materializado con su escapada ejecutiva y electiva, con el delfinato de Díaz y con la incorporación al Gobierno como secretario de Estado, adosado a Ione Belarra, de Enrique Santiago, secretario general del PCE. El todavía líder morado consuma esta sutil —o no— transferencia de una organización a otra tanto por necesidad como por pulsión ideológica. La necesidad la explica que el PCE es un partido de dimensiones reducidas pero consistente. No es el partido comunista de la Transición comprometido con la Constitución de 1978; tampoco ha regresado a una etapa anterior —soviética—, pero no es ya el PCE que en su proyecto histórico incorpore los principios del tránsito de la dictadura a la democracia. Es un PCE revisionista, pero, eso sí, con más sentido del pragmatismo que Podemos, una mayor vis institucional y una mirada del poder de la que carecen los morados. Como ha escrito el filósofo José Luis Pardo* “el comunismo [en los años noventa] se había desembarazado de su sentido empírico (…) y por tanto de todos sus estigmas históricos”. La “nueva contemporaneidad” del PCE queda así explicada.
Pero es que Iglesias es tributario de una formación “comunista, arcaica y ajena por completo a los hábitos democráticos internacionalizados”, como escribe el catedrático José Luis Villacañas*, que añade: “En realidad, esos errores [de Iglesias] son una muestra clara de la tesis leninista de enderezar el palo doblándolo por el otro extremo. Lenin es en cierto modo el ejemplo arquetípico que une dos tradiciones: el comunismo y el caudillismo”. Este académico, nada antagonista de Podemos —al contrario—, refleja así a un líder del partido que, en realidad, lo ha convertido en una organización diferente a la que fundara con Íñigo Errejón, Carolina Bescansa o Luis Alegre, compañeros de antaño y adversarios hogaño, que nunca quisieron erigir una arquitectura política de ese perfil. Todos ellos no llegaron a entender en 2016 la vinculación de Podemos con Izquierda Unida. Como explica el citado Villacañas, “Iglesias forzó la operación de Unidos-Podemos (sic), que fue una decisión personal y fraguada en las alturas, sin una explicación política seria, lo que impidió que fuera entendida por IU y Podemos, dejando retales por el camino de un millón de votos”.La estructura de Unidas Podemos descansa hoy en el PCE, resguardada en esas siglas genéricas y un tanto convencionales. También su futuro liderazgo será de ese partido, cuya secular cultura política lo hará discurrir por cauces muy diferentes de aquellos por los que lo ha hecho deambular Pablo Iglesias. Podemos ha implosionado y el responsable de ello es su máximo líder, que ha entregado lo que queda de la organización al buen recaudo del PCE. Esta es otra parte de la intrahistoria de lo que está ocurriendo en la izquierda en España y debe ser considerada con perspicacia y sin trazo grueso.
Ocurre, sin embargo, que el desmantelamiento de Podemos deja sin camuflaje de siglas —sean de coalición, sean de federación— la potencia del PCE, la secular izquierda del PSOE. Y, siguiendo la historia, los comunistas y los socialistas jamás han sido compañeros de viaje sino feroces adversarios. Antes y ahora. De ahí que Pedro Sánchez tampoco tenga demasiados motivos para dormir hoy más reparadoramente que este miércoles. Díaz —solo militante del PCE— es mucha Díaz. ¿Más que Iglesias? Tal vez. Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, era conocido en las negociaciones como “culo de hierro”. La vicepresidenta tercera puede sonreír tanto como aguantar. Y sin alterarse. Iglesias se altera y no aguanta. A los hechos hay que remitirse(*) ‘El lento aprendizaje de Podemos’. José Luis Villacañas. Editorial Catarata. Páginas 253 y 254.
(*) ‘Estudios del malestar’. José Luis Pardo. Editorial Anagrama. Página 111.